• Décima Trama de Spirit Soul • Highway To Hell

No esperó de ninguna forma aquel beso, pero si la advertencia que le dieron respecto a usar sus habilidades, o al menos la que tuviesen que ver estrechamente con su parte angelical. Le observó atentamente antes de asentir como si más bien se hubiese sentido así de regañada, aunque no fue del todo así el asunto en cuestión…—Lo siento. No volverá a pasar— Susurró bajo, siéndole imposible el no recordar sus primeros años de vida en el mismo infierno, siempre confinada a un sector “seguro” del último círculo. La pequeña mestiza no tenía control alguno de su propio poder y en más de una ocasión, tal energía divina causaba algún que otro estrago…se le suprimió de tal modo mediante brutales entrenamientos que en algún punto de la vida estaba casi “programada” a no hacerlo. ¿Cómo pedirle a un ave que no vuele?, ¿te imaginas toda la frustración que sentía?. Ella jamás había pedido nacer, maldijo a su progenitora...¿por qué no fue capaz de llevársela con ella cuando escapó?, pero también odiaba a su padre, a su medio hermano, odiaba toda entidad infernal que durante años le recordó que ella ahí no era nada ni nadie. Una simple mitad rota, vacía, a disposición de cualquiera. ¿Cómo controlar tu propia naturaleza?, ¿Cómo erradicar esa parte de ángel que tenía?, sus alas estuvieron congeladas por tanto tiempo, hipotéticamente hablando…si, cuanta frustración.

Puesto que recién al lado de Astaroth empezó a conocer un poco la libertad de ser quien quisiera, de hacer lo que su corazón dictara o tuviese ganas. Igualmente sintió rabia ante la situación, ¿Quién carajos era Lucifer a fin de cuentas?, el ángel más bello de la creación, sí, pero hasta ahí nomás…a Isela le importaba un carajo si se sentía ofendido, si las altas potestades del infierno se sentían ofendidas, si ellos pudieron revelarse ante su creador…¿Quién o qué le impedía a Astartea revelarse contra las mismas potestades del infierno o el mismo paraíso?. Su estadía ahí estaba de cierta manera alterándola, sus conceptos emocionales…sus pensamientos, un instinto de rebeldía e insubordinación ante las grandes potestades infernales empezaba a gestarse en ella, a tal punto que empezaba a asustarse, pero no dijo nada…no de momento, solo observó los hermosos ojos plateados del revolucionario unos instantes hasta que fue momento de proseguir. “Ten cuidado en el segundo círculo, nada de allí es real”. Parpadeó curiosa al oír aquello, jamás había pisado el segundo círculo, sus movimientos siempre estuvieron superditados a la voluntad de Adramelek, no sabía que esperar al respecto pero de algo estaba segura…si él se lo advertía, si el propio Astaroth se lo advertía, tenía que tomarlo en cuenta. Por esas mismas causas consumió otra pequeña gema de esas, por si la situación lo requería, claramente que en el proceso observó al grupo, viendo cuáles de ellos necesitaba curación y así repitió el mismo proceso de enviarles algo de energía. Ella dentro de lo que respectaba estaba “bien”, resistía pero la ayuda de Takumi fue más que bien recibida.

De más estaba decir que su cara de asco fue notoria al notar la lluvia de semen…¡¿Otra vez lo mismo?!, se sentía poco afortunada al respecto, por no decir que bastante molesta porque algo similar le pasó en capital city hace ya bastante tiempo atrás. Por esas mismas causas, observó con algo de sorpresa las acciones del duque infernal, no lo esperaba a decir verdad, no dese modo…se limitó a sonreír con delicadeza, manteniendo el paso tranquilo a su lado. —Gracias— Le susurró bajito pero cariñosa, con ese tono de voz calmo que la caracterizaba como una mujer bastante tranquila cuando no se la buscaba de mala manera. Cabía destacar que todavía seguía embelesada por las alas magnánimas del duque infernal, las que nunca pensó ver.

Los susurros empezaban a nublar su juicio, se sentía lo suficientemente incomoda como para expresar su malestar, pero de buenas a primeras creyó que era idea suya, que ciertamente la estadía en el infierno parecía afectarle un poco después de acoplarse a la vida en Spirit Soul. Para cuando ingresaron a lo que parecía ser un complejo de grutas o cavernas no demasiado grandes, sus sentidos algo adormecidos empezaban a jugarle en contra, ya que ante la aproximación de esas personas ni siquiera pudo reaccionar con propiedad, solo quedarse ahí estática, observando la escena sin oponer resistencia alguna hasta en primera instancia las acciones de Astaroth la hicieron espabilar un poco y por simple reacción a los celos naturales de aquella mujer, no dudó en destazar a las que poseía en frente, cortando directamente el cuello de estas sin siquiera un atisbo de duda. —¿Damas?, tus juguetes no son damas, son simples pedazos de carne— Replicó con evidente molestia, pero la cosa no terminaba ahí para Astartea.

Quizás el ángel del infierno oponía resistencia, pero no estaba exenta a los continuos susurros, a las energías predominantes del lugar que en su momento lograron diezmarla otra vez. No reparó en las manos firmes que tomaron sus hombros desde atrás, ni tampoco en lo que prosiguió después. La voz melodiosa de aquel hombre sonaba con insistencia en los oídos de la pelinegra, quien mostraba una mirada levemente perdida pero aun así, hizo el mínimo esfuerzo por apartarse, a lo que solo consiguió aumentar más la fuerza ajena tras un abrazo algo violento, por decirlo así. Aunque experimentó el deseo, la mente bifurcada de Astartea relacionaba deseo con una imagen, algo tenía que ser la fuente de su excitación pero en vano buscó y fracasó…Separó sus labios en un intento por llamar a Astaroth con un hilo de voz, pero su boca igualmente fue tapada con la mano de aquel antes de poder hacerlo. ¿Qué sentía?, una mezcla de algo similar al deseo o ganas, pero también cierto vacío que no podía describir en origen, por consiguiente…empezó a sentirse como un títere, como si perdiese toda voluntad sobre su propio cuerpo. “Eso es, déjate llevar Astartea. Hay placeres en el infierno que tu cuerpo mortal y tus sentidos no imaginan ni conocen, pero yo puedo mostrártelos”, eso fue exactamente lo que dijo el hombre a sus espaldas de modo frio, con atisbos de maldad indescriptibles.

Impedida de poder hablar, sus ojos iban cerrándose poco a poco al sentir los besos en el cuello, aunque luchase por mantenerse “despierta” sus parpados pesaban mucho más de lo que esperaba. La mano libre de aquella entidad se posó inmediatamente en la cadera de la revolucionaria para descender solo un poco bajo la balda y sin más, enganchar el borde de la ropa interior con el dedo índice en un amague por apartarla. Esto la puso en alerta, abrió rápidamente los ojos al reaccionar de una manera netamente feroz, forcejeando de buenas a primeras hasta que la tomó fuertemente de la nuca, estampándola contra la pared rocosa con una gran presión en esa zona del cuello. Un quejido abandonó los labios de la Nefilim por el golpe, pero así y todo sentía su cuerpo debilitado o presa de algún tipo de influjo. —A-ast…Astaroth…— Clamó bajito pero de nada sirvió en ese entonces, percibió los labios ajenos aproximarse al oído derecho y como inevitablemente aquel bastardo procedía a separarle las piernas entre risas que le helaron el alma. “Si puedes ser la puta de él, también puedes ser la de nosotros, ¿no?. Una mestiza como tú, aquí, es para lo único que sirve”.

Claro que esas palabras hicieron eco en ella, pero lo detonante era otra situación que revivió lo peor. Sus orbes rojizos empezaban a mostrar significativos rastros de lágrimas, las mismas rodaban por sus mejillas, el odio y el pánico empezaron a mezclarse en velocidad extremas en su ser…el corazón de la Nefilim latía con fuera estrepitosa mientras mantenía la mirada perdida en un punto ciego. En su mente todo dejó de tener sentido, tal vivencia la arrastró inevitablemente a lo ocurrido en Arcadia con aquel guardia. El dolor, la misma humillación de sentirse a merced de otra persona, el sentir que su ser no valía nada entre esas rejas…Claro, más allá de lo “perfecta” que se la viera, Isela era una mujer quebrada por dentro que actualmente se mantenía posiblemente entera por el cariño de sus allegados, pero no había que olvidar una cosa…mentalmente era inestable al ciento por ciento, impredecible desde su nacimiento y potenciada por los horrores vividos en Tempus, los que aún le generaban pesadillas varias noches al año.

Un segundo bastó para que sus pupilas se contrajeran hasta que le doliese la cabeza y ya presa del pánico, de la misma ira, apretó el mango de la katana con tanta fuerza que los detalles del arma quedaron grabados en la palma de su mano. La fuerza desmedida de la concentración eólica que formó en ese instante fue la suficiente como para despedazar al repugnante ser de apariencia masculina. —¡No me toques!— Gritó con evidente desesperación, presa del miedo más profundo de sus recuerdos y sin dudarlo, empezó a atacar a todos y cada uno de ellos que tenía a su alcance…¿Por qué?, en cada ser de esos veía la misma cara del guarda cárceles de Arcadia, lo que aumentaba su furia y podía ser factible que en algún momento no distinguiese aliados de enemigos.

Allí no muy lejos notó a una de las acompañantes del grupo ser notablemente reducida, a pasos veloces detrás de la figura masculina no dudó en enterrar la katana, atravesando la zona cervical de este hasta literalmente sacarla por el otro extremo, sin el menor cuidado que tanto la sangre como algún resto de tejido pudiera caer sobre la muchacha. Tras la aproximación de otros, repetía cortes letales para debilitarlos pero al final, terminaba del mismo modo, atravesando las entrañas de esas criaturas con sadismo. Muchos podían pensar que en su rostro había una expresión de placer, pero no. No era el caso de Astartea que mostraba el mismo terror en sus ojos…se encontraba literalmente desbordada por tantos recuerdos.

Aun así en ese estado proclive a atacar a los suyos, notó la figura de Lucius, igualmente acortó distancias, tomándole del hombro para literalmente estamparlo hacia atrás con fuerza poco medida en lo que tampoco se contuvo cuando introdujo la katana con todo su filo dentro de la boca de una de las mujeres que se entretenía con el menor, rabiosa, llena de odio infinito que constantemente oscilaba en una respiración entrecortada como propio reflejo ocular del terror y la misma locura. Evidentemente, ante las próximas agresiones, Isela reaccionó de igual manera, cortándoles tanto brazos como piernas o apuñalándolas sin reparo ni tampoco descanso. No pronunciaba palabra alguna, ni tampoco se mosqueó por sentir la sangre de aquellas criaturas manchar sus ropas y parte del rostro, en ese estado nada le importaba.

Solo cuando se notó en medio de varios cadáveres, fue retrocediendo lentamente hasta que su espalda chocó contra un pilar de roca, observando tanto los cuerpos como la katana ensangrentada. La adrenalina corría presurosa por su cuerpo, evocando las mismas situaciones en Arcadia y por ende reviviendo sus terrores jamás superados, en este punto era incapaz de distinguir, siendo como un animal asustado e incluso acorralado. Sus piernas temblaban un poco, pero lo más significativo es que ese estado de terror absoluto aumentaba cuando estaba quieta, quería más sangre, quería más muertes, lo único que aparentemente podía calmarla. ¿Qué tanto daño le habían hecho en Tempus?, quien sabe, cada persona procesa las malas experiencias de maneras diferentes e Isela en ese estado era incapaz de lidiar con sus propios demonios, lo que haya pasado dentro de esas celdas…debió haber sido lo suficientemente fuerte como para que no pudiera lidiar con ello. Quizás un modo de autoprotección era mantener esos recuerdos adormecidos hasta que algo o alguien tuviese el justo don para despertar el peor lado de Astartea.

Solo bastaba recordar a ese hombre, su voz, su repugnante aroma para que el mismo odio acérrimo surgiera desde lo más profundo de su existir…se había transgredido un límite que jamás se debía cruzar con ella, forzarla a algo así solo despertaba una serie de desafortunados acontecimientos igual de peligrosos para terceros como para ella misma. Intentaba controlarse, pero no podía, no podía cuando todavía sentía el miedo a flor de piel. Finalmente bajó la mirada, jadeando entre la notable confusión de un recuerdo o la realidad…—No es real, no es real…no es real— Susurró por demás de bajo, derramando alguna que otra lagrima que secó con el dorso de su mano a duras penas en lo que intentaba recuperar el aliento perdido.