— Keep your wrath [Priv. ft Aldara]

... A veces no es necesario usar violencia para hacerlos entrar en razón...

Tormenta, relámpagos, tremendo viento, olas inmensas y un mar embravecido, devastador clima el que había en el mar donde aquella barca viajaba, tan pequeña, tan frágil, más la barca seguía las olas y surcaba aquel ambiente nada hermoso para navegar. En medio se encontraba la figura de un hombre, que envuelto en su capa y capucha de viaje avanzaba hacía el puerto, el guardia del faro acechó, un poco turbado por lo que sus ojos contemplaban, pensaba que tal vez la falta de sueño comenzaba a causarle alucinaciones, pero por más que quiso despertar, sus ojos no se despegaban de es barca que se estremecía en el mar, hasta llegar a la orilla, encallar y dejarla anclada por ahí.

El vigilante, turbado le miró caminar por el muelle, su silueta indomable que caminaba bajo la lluvia y la tempestad, con una voluntad inquebrantable, imperial y temible, el vigilante temblaba más por aquellos ojos imponentes que se dejaban mirar tras las oscuras gafas que por la tempestad misma que envolvía con oscuridad el lugar. La primera luz que pudo encontrar fue la de una taberna, nadie se imaginaba que las puertas se abrirían, pero el sonido de chapas oxidadas que chirriaban con fuerza se escucharon cuando él dio un paso dentro. ¿Caras conocidas? Ni una sola, tan solo la del tabernero que sonrió al mirarle — ¿Prefieres café o leche hervida? — Kvothe le devolvió la sonrisa, se sacudió la capa y se quitó la gabardina dejando ver su armadura ligera, cubierta con cueros y mallas, — Hace frío, ¿qué tal café con leche? — la gente de aquel lugar le miró con desprecio, era claro que la mayoría de ellos eran mercenarios, gente en contra del gobierno y otros cuantos que lo detestaban, pero el Custos en esos momentos no era más que un simple mortal, del cual nadie sabía de su existencia ni procedencia.

Desde el fondo, se escuchó el sonido de una silla arrastrarse, le siguieron un sonido de pasos, sin tener que mirar el pelinegro ya sabía que sea acercaba un enorme hombre, con una barba larga y greñuda, soltó un gruñido estando cerca, apestaba, destilaba un olor demasiado asqueroso para la nariz del pelinegro, no miraba, no necesitaba mirar para observar su asquerosa barba llena de residuos de comida, ni su boca masticar una pieza de pollo, se escuchó el sonido gutural de su enorme garganta tragar la carne y lanzó el hueso hacía la cara del Custos, que sin moverse desvió aquella pieza de pollo, la cual, nunca logró tocarle ni acercarse a él — Te crees muy listo ¿eh? a ver si puedes desviar est— un crujido se escuchó y la mano de aquel grandullón se había fracturado, una lesión tremenda, que le impediría usar el brazo para siempre, Kvothe se la destrozó por completo, quebró el hueso a la mitad y dejó colgando su muñeca y medio brazo colgando.

Un grito se escuchó, inundando toda la taberna, todos se pusieron de pie y apuntaron al Custos, el de brazo roto, rompió a llorar, más no lo soltó en ni un solo momento, todos apuntaban hasta que el tabernero abrió la boca — Es tu culpa Rodrus, nadie te dijo que molestaras al joven, el nunca te fue a molestar, cosechas lo que siembras — soltó un suspiro y le hizo una seña a Kvothe para que le soltara y este lo dejó caer como un saco de papas, todos bajaron sus armas, pero era clara la irritación que demostraban hacía el pelinegro, quien no mencionó nada más en aquella noche de velada. Los fuertes vientos golpeteaban las ventanas de su habitación, casi a lado una cama mullida, un poco tiesa pero lo suficiente cómoda, mucho mejor que un poco de paja juntada; no iba a ser una noche tranquila, menos sabiendo de que tras esa puerta, miles de mercenarios o asesinos, estaban esperando que sus ojos se cerraran, para acabar con él.

Soltó un suspiro, sonrió y se acostó a dormir, lo hizo con una paz, con una calma inmensa, de quien vive confiado de si mismo y del lugar donde reposaba su cabeza. Al amanecer, en aquella habitación se mostraba el pecado, manchas de sangre impregnadas en la pared, vientos solemnes revoloteaban alrededor, pues su escudo protector había acabado con unos cuantos traviesos que osaron por asesinarle, lamentablemente, Kvothe era alguien que no tenía ni el más mínimo temor de matar a mano limpia.

Al bajar le dejo una buena suma al tabernero, el sabía porqué — ¿Otra vez Kout? — solo inclinó la cabeza y se peinó los cabellos — eso o mi vida, Doc, prefiero mi vida — el tabernero no le bastó más que escucharle y regalarle un cuenco de solomillo y papas fritas, con un rebosante licuado de chocolate, a tempranas horas, todos se preguntaban ¿qué clase de idiota pediría un desayuno nutritivo en un bar de mala muerte? Pero el Custos, tenía autoridad y la ejercía cuando creía necesario y si no... el dinero hacía bailar hasta el perro.

Salió a caminar a temprana hora, la humedad se reflejaba en aroma a tierra mojada, el rocío de la mañana en las hojas de los árboles y en la madera nueva y pulida de algunas casas recién construidas, Chocobo, comenzaba a levantarse de los escombros y se sentía feliz de haber apoyado en ese lugar. El estaba ahí por una solicitud, alguien le había pedido su ayuda, en algunos asuntos, más que económicos, en asuntos de ajuste de cuentas, ya que una manga de bandidos, había comenzado aprovechar de la poca seguridad en Chocobo y que la policía local, no había podido hacer algo al respecto, las cosas en Dominus estaban tranquilas, así que para no aburrirse en un enorme castillo lleno de lujos incomprensibles, había salido a avistar que era lo que sucedía en aquel lugar.

Se había alejado ya de las casas, sus ojos tras su capa y de sus lentes, miraban el desastre que se había provocado hace muchos años, símbolo de el poder que se había utilizado para borrar a todo ser vivo de aquel lugar, sin compasión alguna. Sus oídos captaron unas voces, tan sutil y escurridizo, se metió entre los matorrales y se fue acercando hacía ellos, una silueta perfecta y un porte imperial se encontraba rodeada de ladrones de segunda, sonrió y espero los movimientos de la chica. Los hombres por otro lado, siguieron aumentando en número, dispuestos a darle sin reparos, Kvothe estaba tan solo mirando, pero ¿por qué?... ¿Por qué esperar hasta tal extremo en vez de ayudarla? El pelinegro no es ningún tonto, aquella presencia la podía sentir a leguas, no estaba solo, otra Custos, estaba ahí.

El martillo de la justicia al caer sobre la tierra, en enormes paredes de devastación pura elevará a los mares; hará temblar los valles y sobrecogerá de pavor a las montañas que con sus faldas de musgo y tierra se alzarán de sus cunas buscando refugio en alguna cueva. El regio espíritu del guerrero, bramará con toda su fuerza y los ecos de sus rugidos recorrerán la tierra diez veces anunciando la caída de aquel que bañó los campos con la sangre del inocente y desvalido.  Mientras en lo alto, el espíritu de los finados, danzaran y cantaran canciones sobre las proezas de los guerreros enviados por Aquel que todo lo ve y todo lo conoce.

Finalmente sus traslúcidas alas de viento depositaron sus pies en aquella mojada y revoltosa tierra, la cual en sus cimientos aún parecía dormirse tras el cruento cuento que las Parcas de manera traviesa habían tejido sobre su esqueleto, adornándolo con hermosos cantos de lamentos en tributo.

Un largo y pesado suspiro escapó de su fina nariz, mientras sus acuosos ojos pasaban de manera hasta casi amante sobre aquella pequeña ciudad, tan noble, humilde y hasta casi tierna en su propia espesura. De alguna forma sentía como un pequeño nudo iba tomando forma en el centro de su pecho e iba ensanchándose conforme sus pasos la guiaban entre los escombros y basura de la zona cero, los cuales en revoltijos y decadentes tonos parecían despertar en sus almas contándole en susurros la agonía de sus huesos y el pesar de sus penas. El eco de la catástrofe que había estallado y salpicado aquellas paredes derruidas  le gritaba en el olvido, mientras algunas aves rapaces sobrevolaban bajo la nublada cúpula celeste.

La zona cero de a poco, muy de a poco parecía ir levantándose como una planta marchita reticente a la muerte, y algunos que otros sonidos de voces confirmaban aquello. La pobre gente de Chocobo, aunque un tanto replegada hacia los lindes de la antigua ciudad, lentamente volvía hacia sus antiguas casas. Buscando ahuyentar al pasado y cargar el futuro con las voces de sus hijos y las dulces risas de sus trabajadoras mujeres de blancos delantales y rizos al viento.

Aldara había oído de la situación por la cual la golpeada Chocoba pasaba e incluso entre algunos comentarios, un pesar aún más mortífero golpeó su conocimiento volviéndose la chispa de ignición para su molestia, llegando a punto de materializarla entre aquellos resquebrajos en busca de la verdad.

Sencilla, apenas portaba su gunblade, una capa de viaje y sus simples vestimentas de “aventurera”; perfecta para ingresar como simple viajera entre los pueblerinos y constatar las verdades y sombras de aquellos comentarios. Cuando finalmente lo logró.

Sus profundos ojos cielo se abrieron de par en par y cierta expresión de incredulidad etérea se mezcló con su típico estoicismo. ¿Podría aquello estar sucediendo realmente frente a ella?. ¿Es que acaso la moral de los seres habitantes de Spirit Soul se había corrompido a tal punto?. Simplemente no lo podía entender, de hecho, a decir verdad era muy mala con la mentalidad humana o más bien con la moral en sí. Su mente no lograba captar muy bien los matices de las cosas, para ella todo siempre era o blanco o negro, nada de grises. Y aquello era en extremo, muy negro.

Dos féminas, acorralada por un grupo extraño de masculinos. Unos cuantos contra la mayor, intimidándola y despojando a tirones de sus prendas, mientras un gordinflón con expresión casi asquerosa, babeándole a la más pequeña que a gritos y llantos pataleaba suplicando por que dejaran a ¿Su madre?.

Algo se quebró en el interior de la joven dama y la sangre comenzó a hervirle. Era verdad, Chocobo ahora se había vuelto un nido de ratas atacando a gente inocente. Apenas el aire de su inspiración profunda terminó por destilarse de sus labios, la velocidad arcana se apoderó de su cuerpo trasladándola cual arrasador huracán hasta el centro del grupo. Su fina musculatura se tensó cual cuerdas de arco y sus puños se endurecieron cual diamantes crudos. Un crujido hizo eco en el aire, la inspiración cortada de uno de ellos lo siguió haciendo caravana al pesado sonido del ambiente rasgado cuando la pesada mole del gordinflón que tenía presa a la niña salió volando de su lugar, dejando a su botín prácticamente flotando a la vista.

Sutil, la dama dirigió a máxima velocidad uno de sus brazos y tomó a la pequeña acunándola contra su pecho a la par que con una patada certera quitaba de lugar la quijada del más cercano. Su larga y pesada capa blanca danzaba al aire junto con sus finas y brillosas hebras de rosa pura, acompañando casi mágicamente cada uno de sus movimientos.

–¿Quién es el siguiente? – preguntó bajando con suavidad la pierna con la que había rematado la última patada.

La niña en sus brazos temblaba cual cachorro y podía ver en los ojos llorosos de la mujer, cierta agonía que no databa de ese ataque. Temían desde hacía mucho más. ¿Es que acaso esto era tan constante?.

–Dije…. ¿Quién es el siguiente? – volvió a repetir con su profunda y poderosa voz  mientras a los lejos unos grandes trozos de pared caían sobre el gordinflón quien por el golpe destrozado lo poco que quedaba en pie de dicha construcción.

Su aura espiritual comenzaba a filtrarse bajo sus pies, arremolinándose cual brisa rosada a su derredor ejerciendo cierta presión que incluso lograba resquebrajar piezas de tierra bajo su presencia. Sus ojos, su expresión aunque estoica para algunos, claramente cargaba con desaprobación y asco. Aldara estaba molesta en verdad.

Había pasado mucho desde la última vez, quizás un año, quizás dos, quizá solo meses, el azabache no había estado muy pendiente de los sucesos que respectaban al gobierno y sus súbditos, después de todo, el había regresado a la vida de hombre la cual solo llevó de pequeño. Le había crecido la barba y el cabello, su tupida melena y su gruesa barba le hacía parecer a un viejo león solitario, alejado de la manada, un cazador experimentado y solitario, cual viejo lobo seguidor de sus propias ambiciones.

Se mantuvo inmóvil, admirando los movimientos de la chica, sonrió y soltó un suspiro, siempre había visto sus ataques y había querido experimentar lo fuerte que era, pero sabía que atacarla en ese momento conlleva a buscarse un enemigo insaciable, que te buscaría por aire, mar y hasta los confines de la tierra. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de observarlos detenidamente ni de comprobar que tan poderosos eran y al verlos, le hervía la sangre como un trasto en ebullición, quería ponerla a prueba, tratar de que quebrar ese escudo que defendió a muchos, sus colmillos estaban saliendo a flote y no sé fijó que había dejado mostrar su aura asesina y fiera.

No sé contuvo más y al escuchar "¿Quién es el siguiente?" se lanzó con una enorme velocidad, sin hacer ruido, de esa forma fuerte y sutil como él siempre lo hacía hasta que solo se escuchó el chiflido de aire que viajaba a una gran velocidad hacía la chica cortando todo a su paso, una tajada que partía en dos todo lo que tocara y lo había enviado justo al punto ciego de la chica, mientras que por el otro lado hizo su presencia tan palpable como la de un enemigo y se lanzó de frente con una mano en la empuñadura de su mano se acercó a una velocidad increíble dispuesto atacar a la Custos — Veamos de que estás hecha — susurró para sí estando tan cerca de ella para probar que tan buena era defendiéndose en dos flancos diferentes al mismo tiempo.