Y, con ustedes: ¡el "Temible" Hombre-Termómetro! [Ivan]

Sería una mentira decir que Zwei no era una mujer fácilmente irritable. Lo complicado era que se mantuviese tranquila o satisfecha por mucho tiempo, teniendo en cuenta que se aburría con facilidad y que dicho sentimiento le provocaba estar de aún peor humor. A ello habría que sumarle lo testaruda y competitiva que era: si alguien llegaba a superarle de algún modo en cuanto a ciertas habilidades se refería, su visión sobre esa persona se manchaba de pura envidia que, obviamente, se negaba a reconocer. Por supuesto, no pararía de darle vueltas al asunto (o de tener pensamientos constantes al respecto) sobre cómo hacer que su enemigo mordiera el polvo y así vanagloriarse por haberle vencido. Claro que estas habilidades no debían limitarse únicamente al combate (como si le ganasen al Monopoly, por ejemplo), aunque cierto era que la híbrida siempre acostumbraba a fardar de sus capacidades en batalla y no necesariamente por medio de palabras.

Lamentablemente para la pirata, actualmente vivía uno de esos últimos casos. Semanas atrás se había visto envuelta en la típica pelea de bares en un viejo local de Rihm, donde todo quedó solucionado de la manera más absurda posible, de mano de un solo hombre. Lo cierto era que ella no había provocado la trifulca, ni siquiera había tenido intención de participar (a pesar de su naturaleza tan violenta), pero no iba a quedarse de brazos cruzados si recibía una silla volando hacia su rostro, por supuesto.

Y entre puñetazos, patadas, mordiscos y demás tipos de golpes que no hace falta mencionar aquí, emergió un hombre de cabellos oscuros que permanecía impasible ante la violencia que se había generado en ese antro de mala muerte. Tal vez podría haberse dado media vuelta y haber ignorado todo lo que estaba ocurriendo, pero parecía que quería hacer su buena acción del día, o, a ojos de la retorcida mente de Zwei, presumir de unas habilidades de las que carecían la mayoría de los mortales que habitaban en Chaos.

La temperatura del lugar crecía hasta llegar a un nivel agobiante, quizás no para la híbrida, que seguía defendiéndose con uñas y dientes de un calvo arrugado que parecía haberse ensañado con ella. ¡Y eso que había empezado él con la maldita silla! La pirata, por su parte, se encontraba ajena a la presencia del recién llegado y las altas temperaturas no le afectaban tanto como a los demás, que fueron desplomándose uno a uno, para asombro de la joven. ¿Qué acababa de ocurrir? La situación era absurda, tremendamente absurda. Su contrincante se habría dado de bruces contra el suelo si no fuera porque ella le tenía agarrado del cuello de la camisa, aunque ya no tenía gracia seguir golpeándole si estaba inconsciente. No podía ser la comida — ella había ingerido prácticamente lo mismo que todos los presentes y no sentía ni el más leve mareo.

Y entonces lo vio.

Allí, en mitad del caos recién silenciado, se encontraba el hombre de cabello azabache (al que juraría haberle visto algún que otro mechón dorado), caminando con indiferencia hacia la barra con el propósito de servirse a sí mismo sin necesidad de pagar. ¿Había sido él? ¿Él fue quien había provocado todo eso? ¡Era demasiado absurdo! En Rihm no era difícil encontrar a personas que trataran de evitar gastarse el dinero a toda costa, pero dar un golpe de calor a los clientes de todo un bar (y a su personal) parecía una opción demasiado exagerada. Sí, si él era el responsable de la situación, sin duda habría venido a presumir. Tampoco sería la primera vez que Zwei se encontraba con alguien de esa calaña.

Soltó a su oponente con brusquedad, justo antes de dirigirse hacia el joven, gritándole desde la posición en la que estaba. —¡Oye, tú, el pasmao’ de ahí al fondo!—Bueno, no había mucha gente consciente, así que era obvio que le estaba hablando a él. Trató de acercarse un poco, sorteando los cuerpos que roncaban en el suelo y en las mesas con cierta parsimonia. Él, mientras tanto, terminaba su bebida cuyo contenido tendría a saber qué. —¡Te estoy hablando!— Y así, sin más, el hombre se marchó por donde había venido, ignorando por completo a la pirata y descartando cualquier oportunidad para poder saber si él era el responsable de toda esa estupidez. En cualquier caso, no podía negar que su forma de acabar con la pelea había sido eficaz.

Movida por la confusión, acabó enterándose al día siguiente de que no era la primera vez que se había dado un caso de ese estilo. Las demás veces que había ocurrido parecían señalar al mismo culpable, pero nadie sabía sus razones. Quizás sería un tío que no aguantara ese tipo de enfrentamientos. O que no quisiera verse involucrado en un conflicto tan tonto, algo sensato, aunque a Zwei le parecía más bien una opción bastante cobarde. Algunos testigos justificaban ese comportamiento con conjeturas que afirmaban que en combate era bastante temible.

¿Temible, eh? Eso habría que verlo.

El aburrimiento por la rutina provocaba que Zwei le diera varias vueltas al asunto. No sabía cómo era alguien capaz de provocar golpes de calor, así, de la nada, pero lo que sí sabía era que ella podría aguantarlo. Y quizás, en ese caso, podría ver si no usaba trucos tan sucios a la hora de pelear. Obviamente, no perdía el tiempo buscándole, por mucha curiosidad (e incluso envidia, siendo sinceros) que le proporcionara la situación. Ella tenía sus cosas que hacer, y aunque no anhelaba encontrárselo, no negaba el hecho de que toparse con él otra vez podría ser divertido. Y, qué demonios, debía enseñarle a que no debía ignorarle así como así.

Aquel día, de nuevo, Zwei había acudido a un pequeño local, distinto al que había protagonizado aquel absurdo ataque semanas atrás. Jugaba de forma despreocupada a las cartas junto a un grupo de gente cuyos rostros probablemente olvidaría al día siguiente. —Hm…— Suspiró un poco, dejando escapar por la nariz parte del humo del cigarro que sostenía en la comisura izquierda de sus labios. No era muy buena, pero al menos sabía guardar ases en la manga. No literalmente. O sí, dependiendo de la situación. Fue entonces cuando su vista se desvió de las cartas cuando la puerta se abrió de par en par, revelando una silueta familiar que tardó en hacerse reconocible debido a la luz que entraba de la calle.

…¿Había vuelto a coincidir otra vez con ese hombre?

Habían ventajas innegable para los caza recompensas, muchas de ellas involucraban obviamente dinero e influencias pero para el vampiro la mejor era la posibilidad de poder viajar libremente por los tres reinos sin tener que preocuparse por necesitar un permiso de alguien superior. La posibilidad de asentarse en cualquier ciudad también era atractiva además que era bastante sencillo encontrar trabajos una vez que tu nombre se hacía conocido y aunque ese no era del todo su caso, aun así lo compensaba al darse a conocer con sus habilidades. Claro que lo limitaba mucho pero Dimitri no había dudado en desplegar toda la extensión de sus habilidades o bueno una parte de ellas, cuando se le presentaba un combate. Existía algo que siempre iba a recordar de su pasado, una frase usada por muchos soldados en una época cuando las batallas eran el único estilo de vida conocido. Era mejor ser temido y respetado por ese miedo que querido y abusado aprovechándose de ese aprecio. Prefería que la gente lo dejara tranquilo temerosas de sufrir algún ataque…se acoplaba a su estilo de vida…la vida de un trotamundos sin un rumbo fijo ni un verdadero camino que seguir.

Esa manera de llevar sus días lo dirigieron a una de las ciudades de Chaos, una de las más conocidas por su comercio tanto legal como ilegal. Era un sitio donde difícilmente podías encontrar soldados o si los encontrabas, solo estaban apostados en la entrada y todo eso debido a que la ciudad era controlada por los revolucionarios o al menos eso era lo que decían los rumores. Se contaba que la metrópolis subterránea contaba con innumerables negocios que funcionaban como fachadas para enmascarar las operaciones que se llevaban a cabo en las sombras. Nadie conocía con certeza que realmente se cocía en las calles de la ciudad pero no limitaba el flujo de turistas además que al estar bajo tierra, funcionaba como un refugio ideal para quienes necesitaban un poco de descanso como era el caso del vampiro. Luego de tantos trabajos necesitaba algo de paz, algo de comida y sobre todo algo de beber. Esa ciudad hubiera actuado como un perfecto escenario para sus cacerías pero…lamentablemente ya había obtenido suficiente sangre en su trayecto por el reino y de momento bastaba para mantenerlo alimentado varios días pero quizás buscaría algo más si llegaba a cansarse de lo mismo.

Los primeros días los pasó en una rutina bastante estable, pasaba las primeras horas de la mañana paseando por las calles, internándose en los callejones más alejados en busca de objetos interesantes, especialmente armas para su colección. En esas horas descubrió que había mercaderes muy interesantes en las calles de la ciudad, al parecer era una especie de centro neurálgico donde las mejores mercancías pasaban antes de ser enviadas a las ciudades principales. En los sitios más inesperados se hizo con algunas armas muy interesantes además de contacto útiles para alguna futura necesidad, cosa que nunca faltaba cuando tus herramientas eran destruidas cada dos por tres por bestias salvajes.

Lo siguiente que hacía y allí se iban básicamente todas las demás horas, era vagar entre cada bar que podía encontrar en la ciudad. Iba de los más elegantes a las tabernas más olvidadas, realmente le daba igual como se viera el sitio mientras tuviera buen licor y no hicieran problema por adicionar un poco de sangre a su bebida. Eso último en algunas ocasiones causo que tuviera problemas no con los dueños pero con los clientes, muchos de ellos algo problemáticos ya que pensaban que esa sangre la había tomado de alguien en la ciudad y por tanto, empezaban peleas casi todo el tiempo. En un principio las ignoraba, no requería mayor esfuerzo para evitar los golpes de los borrachos pero luego comenzaron a escalar e incluso soldados empezaron a involucrarse, obligándolo a pelear de regreso sin embargo probó ser más malo que bueno, razón por la cual busco una nueva y más útil solución. Comenzó a dar uso a sus poderes para terminar las peleas incluso antes de que dieran inicio, manipulando los espectros de la temperatura a su favor y con ello ganando cierta reputación interna en la ciudad, una que eventualmente dio fin a la gente que buscaba problemas y dejando que pudiera disfrutar de su descanso en paz.

De esa manera los días comenzaron a convertirse en una especie de niebla, avanzando cada vez más rápido y con cada uno que se iba, Dimitri encontraba esa ciudad más y más cómoda para vivir. Se acostumbró tanto que dejo la posada donde había estado durmiendo y rento una pequeña casa en uno de los extremos de la ciudad, convirtiéndola en su hogar. No era que pasara todo el tiempo en la ciudad, al contrario, salía a trabajar y por días dejaba abandonada la casa pero siempre volvía al mismo sitio para continuar con su rutina. Uno de esos días, luego de una misión especialmente agotadora, decidió ir directamente al bar para relajarse antes de volver a su casa. La taberna que eligió era una que se había vuelto su sitio habitual, siendo conocido por algunos de los regulares e incluso por el dueño, con quien armo una especie de amistad. Como siempre, el sitio estaba a rebosar de gente, mucha de la cual lo regreso a ver cuando entro, trayendo un recuerdo a su memoria. Unos días atrás había parado una pelea porque estaba interrumpiendo con su bebida y al parecer algunas de las personas de esa noche, estaban ahí de nuevo. No era algo importante, sabía que ninguno de esos buscaría líos además lo que hizo aquella vez no lastimo nada más que sus orgullos.

En silencio entonces camino hacia la barra donde estaba el dueño que lo miraba con la misma expresión que las otras personas —No hace falta que me des esa mirada. Ya sé que tú también te viste afectado pero debías de saber que eso pasaría cuando empezaron a pelear  —Menciono restándole importancia al asunto, pidiendo su bebida usual mientras se quitaba la larga gabardina blanca, quedando solo con esa camisa vino tinto a medio abrir —De todas maneras lo siento. Si algo se rompió puedes mandarme la cuenta a mi casa y yo lo pagare —Dijo apoyando su codo derecho sobre la barra, descansando luego su mejilla sobre la palma mientras movía un poco su otra mano, creando una pequeña niebla bajo sus dedos. Sabía que los cazadores no acostumbraban pedir disculpas pero algo en su cuerpo le dijo que era correcto hacerlo, al menos esa vez.

Zwei pretendió ignorar al recién llegado como podía, fijando sus iris castaños en los naipes que sostenía delante de ella. No tenía una buena jugada y, mirando de reojo al tipo que tenía al lado, parecía que iba bastante mal si jugaba con lo que tenía en la mano. Cerró los párpados y se recostó en el respaldo del asiento, tirando de mala gana las cartas sobre la mesa. —Paso por esta vez,—musitó, llevando los dedos al cigarrillo para darle una calada. La idea de haberse encontrado de nuevo con el hombre termómetro le brindaba el impulso de querer retarle ahí mismo, en ese mismo momento. Sin embargo, por una vez en su vida, parecía querer esperar un poco más.

No se encontraba cerca de la barra, por lo que no podía saber con certeza acerca de las palabras que el hombre de cabello oscuro había intercambiado con el dueño de la taberna. Además, por más esfuerzo que pusiera en prestar atención a la conversación (que no tenía por qué importarle, desde luego), más se llenaban sus oídos del resto de conversaciones ajenas que sí que no le importaban en lo más mínimo y de ruidos que inundaban la estancia. Al menos el tipo lucía una camisa llamativa que impediría que lo perdiera de vista más adelante. La mayoría de los presentes vestían con colores neutros y apagados, pero no era el caso de él.

—Eh, ¿ese no es el tipo por el que preguntaste el otro día?—comentó uno de los jugadores de cartas, percatándose de la persona que había llamado la atención de la mujer. Si bien apenas conocía a su interlocutor y ni se acordaba de él, era probable que sí que se lo hubiera encontrado previamente mientras investigaba acerca de la extraña habilidad y de los desconocidos motivos que llevaban a su misterioso objetivo a emplearla. Zwei desvió la vista hacia el chico que le había dirigido la palabra, enarcando una ceja de duda, puesto que ni siquiera recordaba haber hablado con él al respecto. No respondió, y se dispuso a volver a jugar, cuando otro de los participantes le ordenó a ir a pedir más bebidas. Por supuesto, esto no agradó a la pirata.

—¿Qué yo qué?— Echó aire por la nariz, dejando escuchar una risa irónica aún teniendo la boca cerrada. —¿Y por qué no le dices a tu vieja que mueva su puñetero culo y me sirva a mí la cerveza en una jarra de plata, so mamón?—espetó, lanzando su jarra aún medio llena al sujeto en cuestión, que, obviamente, se empapó entero. —Ahí tiene su bebida, señorito,—contestó tratando de imitar torpemente un registro alto, haciendo una pequeña reverencia tras ponerse de pie. El hombre comenzó a soltar improperios y amenazas contra ella, que no hacía más que reírse con sorna ante lo que él decía. Recogió su recipiente y echó las últimas gotas sobre la cabeza del tipo, justo antes de dirigirse rápidamente a la barra. —Yo me sirvo la mía, vosotros buscaos la vida.—Podría no tener por qué pagar por ella, pero quería beber por mero gusto y así de paso evitaba tener que emborracharse.

Una vez arribó al lugar, sus ojos se desviaron hacia la camisa de color vino tinto que llevaba el hombre-termómetro. Casi se olvidaba de él. Alzó una ceja con cierta curiosidad, aunque pudo comprobar que no era más que un panoli solitario con intención quizás de ahogar sus penas en alcohol. O a saber qué. Tal vez sería buena idea de interactuar con él, así que iría al grano. Se acercó un poco a él mientras esperaba a que el dueño le llenara la jarra, apoyando los codos en la barra. —Vaya, mira quién está aquí.—Sabía que probablemente el tipo no supiera ni quién era. Exhaló humo de su cigarrillo, sin importarle si le llegaba a dar o no. —El misterioso hombre-termómetro,—comentó, en un tono de desdén y burla a la vez. —Se dice mucho de ti por esta ciudad, ¿sabes? No pensé que una habilidad tan inútil podría tener en vilo a tanta gente.—Echó parte de las cenizas que sobraban del cigarro muy cerca del vaso ajeno. Probablemente unas pocas motas de polvo sí que hubieran dado de lleno con el contenido y le iban a fastidiar la bebida, pero no se fijó demasiado. —Dime, ¿es porque eres tan cobarde que así crees que evitarás alguna pelea?—

Antes de recibir respuesta, la pirata notó el impacto contundente de un objeto de latón en todo el rostro, provocando que lo virara hacia el lado contrario por pura inercia. —¡Hijo de perra!— Al parecer, el tipo al que había enfadado antes no le había hecho ninguna gracia que le desafiase de ese modo, y ahora amenazaba con montar otra gran pelea dentro del local. Otra vez. La mujer, frotándose la mejilla dolorida, miró de reojo otra vez al hombre-termómetro. Con la tontería, quizás esta fuese la oportunidad de volver a verlo en acción. —Es esto lo que quieres evitar, ¿verdad? Vamos, haz lo tuyo. Después veremos si eres tan temible como dicen,—le instó, con un comentario viperino semejante al de una serpiente que arrastraba a la tentación. Dicho aquello, volvió la vista hacia su contrincante, sin moverse apenas de donde estaba. Quería ver si el tipo hacia un poco de su magia, o si, de lo contrario, tenía que colaborar en la pelea para que se decidiera a hacer algo.