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The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

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Privado The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

Mensaje por Klaus Mar Sep 13, 2016 12:01 am

Cueva Lucero, Spatium
Domingo, 3:06 horas


— ¡Capitán, no hay moros en la costas! — Dijo la pelinegra llamada Syrenia observando con los binoculares desde la cofa del mástil para tener una mayor visión a terreno — alisten todo vamos a encallar en zona segura — mencionó Klaus mientras caminaba por el barco hasta llegar a la proa del mismo quedándose observó las planicies costeras, y luego fijo su vista en Cassim quien manejaba el timón.

— Con cautela y sin ser vistos — le ordenó con una pequeña sonrisa — todos a sus posiciones para encallar, nos marcharemos al amanecer — dijo a sus cuatro compañeros de barco — ¡sí, capitán! — dijeron en coro, provocando una ligera sonrisa en el licántropo.

Dio un giro de noventa grados para volver a su cabina, cerrando la puerta por detrás. Tomó un respiro, y cerró el ojo perdiéndose con el movimiento del mar, hace un mes visitó la Cueva Lucero.

Cada mes, el mismo día visitaba aquel lugar y permanecía lo que restaba de la madrugada hasta partir al amanecer. ¿Por qué? Podría llamarse hasta masoquista pero la realidad Klaus era que cada vez que pisaba aquel sitio era una especie de tormento y paz, más desastre que armonía; pero seguía yendo a aquel lugar en busca de alguna respuesta inexistente.

Kardos, pensó y apretó ligeramente la daga que guardaba con tanto recelo consigo — Capitán, ya llegamos — dijo prudentemente Vinnie al tocar la puerta de la cabina. Klaus no respondió, escucho cuando subía por la escotilla fue en ese momento cuando le siguió el paso.

— Hagan una fogata, pongan las hamacas, vigilen la zona — dijo al subir de nuevo a la cubierta principal — no quiero enfrentamientos — acusó en advertencia con una mirada a Ruby, quien solo se encogió los hombros soltando una sonrisa coqueta.

La cual no fue correspondida por Klaus pero tampoco se molestó se había acostumbrado a ella como a los demás. Dejó el barco buscando una de las entradas de la cueva alejándose completamente de su tripulación sintiendo varios ojos en su espalda hasta perderse de panorama de las cosas.

La primera vez y hasta ese momento no hubo preguntas pero sí miradas curiosas, mantenían la distancia y Klaus lo agradeció internamente. No le costó mucho encontrar una entrada, ni tampoco llegar al mismo punto de siempre como si fuera la marca de un mapa, pero al final del mapa no había ningún tipo de tesoro.

Klaus podría jurar que cada vez que llevaba al sitio, veía la cara de Kardos, sentía su golpe antes de que lo obligara a escucharlo. Luego observar su sonrisa, y mirar su mano mantenía esa imagen en su memoria, sabía bien que lo había perdonado con eso; Niklaus miró su mano derecha y luego la puso en su corazón.

— Kardos — murmuró el nombre de su amigo, era el único nombre que ligaba a su pasado con su presente — este mes tuvimos un gran botín, esta idea de ser pirata no está siendo tan descabellada — expresó — Ruby sigue deseando meterme en su cama — dijo entre risas luego de un gran silencio.

— Es una chica agradable, y los demás igual — admitió por primera vez en voz alta — ¿te imaginas si nos hubiéramos vuelto piratas? Quizá nada hubiere pasado — mencionó al oscurecer su interior al recuerdo.

— Hubiéramos viajado en alta mar — poniéndose de cuclillas para tocar la tierra que una vez estuvo manchada de sangre — o ser como los buenos enemigos cada quien por su lado sin toparnos…

Terminó sus palabras debido a que un ruido lo alertó, moviendo sus orejas de lobo ligeramente y manteniendo el silencio con vista al túnel del pasillo. ¿Quién en su sano juicio inspeccionaba la cueva de madrugada?
Klaus
Klaus

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Privado Re: The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

Mensaje por Astrid Dagmar Lun Sep 19, 2016 11:26 pm

La apariencia de Astrid era difícilmente comparable a la de un tosco minero, por lo que nunca se le había pasado por la cabeza que alguien le encargase realizar la labor de uno. Años atrás, en sus travesías donde permanecía al servicio de la revolución de forma independiente, la mujer había conocido a un mago que se dedicaba a imbuir ciertos amuletos y piedras preciosas con poderes especiales que permitían a su portador recibir algún tipo de potenciación en sus habilidades, o simplemente aprendían una nueva gracias a ello. Si bien la joven no estuvo interesada en ello, sí que solía recomendar a diversos contactos para que acudieran a comprobar de primera mano la utilidad de sus encantamientos. Hacía apenas un par de días, el señor había vuelto a encontrarse con la Rubinus. Estaba mucho más envejecido y parecía no tener la misma energía que antaño.

Al parecer, durante los últimos dos años, el hombre había comenzado a utilizar ciertos cristales para la elaboración de los objetos mágicos. Dichos minerales se encontraban en las galerías de Cueva Lucero, lugar que Astrid no pisaría ni por asomo… salvo en aquella ocasión. El señor, sintiéndose impedido por un accidente ocurrido un par de meses atrás, se había visto en la obligación de pagar a algunos aventureros para que le ayudasen a extraer aquellas gemas en su vez de él, pero pareció sentirse aliviado al reencontrarse con su vieja conocida. Estaba dispuesto a pagarle, y la Rubinus por un momento incluso se planteó sacarle una buena suma de dinero que compensase ir hasta allí; pero era tan blanda que terminó compadeciéndose del señor. Además, poseía una habilidad que podría permitirle tomar los materiales sin esfuerzo alguno, de forma que el mayor esfuerzo que tendría que hacer consistiría en aguantar el mal trago que le provocaba su mente por culpa de unos malditos recuerdos de aquella caverna.

Las galerías de la misma eran larguísimas y enormes, y lo más probable era que se acabara perdiendo, cosa que ocurrió, pese a que mantenía el camino iluminado con una pequeña bola de luz que había creado al entrar en la cueva. Tenía un mapa, pero de poco le servían los diversos números y anotaciones que el mago había escrito en él. Lo sacó una última vez, pero sólo consiguió confundirse todavía más. —…Pues estupendo,—murmuró, con fastidio. No supo cuánto tiempo estuvo andando hasta que una voz lejana le permitió comenzar a guiarse. Podría ser desde un minero hasta un criminal, por lo que debía ir con cautela y en absoluto silencio. Redujo la luminosidad de aquella esfera artificial que había generado, lo suficiente como para permitirle continuar viendo un poco.

Desviándose por uno de los pasillos de la cueva, sus ojos dieron con una silueta extraña que no pudo identificar. Parecía un ser antropomorfo que se encontraba acuclillado, quizás alguna criatura cuyo hábitat natural fuese precisamente la cueva. A decir verdad, no estaba muy enterada sobre la fauna local, pero aún así, encontrarse con una bestia de ese tipo le resultaba tremendamente extraño. En silencio, deslizó con cuidado la daga que portaba en el guantelete de su mano derecha, preparada por si se trataba de un monstruo hostil. No parecía serlo en absoluto, pero era necesario que no bajara la guardia.

No contó con el hecho de que la pequeña luz que le acompañaba daba reflejo en los cristales que se amontonaban en las paredes de la cueva, haciendo que la estancia quedase un poco más iluminada de lo normal… provocando que quedase expuesta ante el extraño, a quien puedo ver un poco mejor. Las facciones ajenas se fueron haciendo cada vez más claras en su retina, que comenzaron a reconocer poco a poco a alguien concreto. Pero se negaba a creer lo que su traicionera mente relacionaba con ese hombre. Sus recuerdos eran evidencia suficiente para comparar el increíble parecido entre la persona que se albergaba en su memoria y la que tenía delante; pero se obligaba una y otra vez a creer que debía ser una coincidencia. Una desagradable coincidencia…

…que dejó de considerar como tal en cuanto se percató del punto exacto donde ambos se situaban. Un punto donde, casi una década atrás, la sangre de su hermano había sido derramada sin miramientos por el licántropo al que observaba con incredulidad y pavor a la vez.

”Hector.”

Fatídicos recuerdos se agolparon en su mente rápidamente, todos ellos relacionados con el instante del que había huido desde hacía años. Sintió que un sudor frío recorría su frente, a la vez que un nudo en la garganta le impedía articular palabra. Tampoco podía moverse: sus músculos, ahora increíblemente tensos, no respondían a ninguna señal, y el único movimiento que podía percibirse en el cuerpo de la Rubinus era un pequeño temblor en las manos.

—T-tú…—logró pronunciar, en un susurro quebrado, —n-no puede… no puede ser...
Astrid Dagmar
Astrid Dagmar

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Privado Re: The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

Mensaje por Klaus Lun Oct 03, 2016 3:57 am

Sus sentidos los agudizó, y gracias a su visión de licántropo podría agregar que no hacía falta una linterna para poder adecuar su mirada en la oscuridad junto con el brillo de los cristales y ahora la tenue luz del objeto luminoso de la persona que se detuvo al frente de la única entrada de aquel sector de la prueba.

Pudo distinguir el arma que portaba en sus manos y siendo lo primero que visualizó, Klaus se puso a la defensiva al momento que lentamente empezó a retomar su altura y con eso sacar de una de sus fundas su espada corta sin desear causar alguna reacción inesperada de la persona que estaba a solo unos pasos de él.

Quizá fuera que Klaus se concentró más en el arma que portaba la persona, pero luego su mirada logró enfocar la silueta de la sombra que empezaba a tomar forma era una mujer; y su retina se amoldo a la luz para lograr captar de forma clara la imagen que dejaba de ser una sombra.

Y fue el principio del fin, el punto de partida, el inicio de los recuerdos más dolorosos. Era ella… ¿lo era? Su respiración se detuvo durante unos segundos pudo ser más de un minuto debido a que pudo notar él mismo como le faltaba el aire por lo que se obligó a retomar su respiración.

Pausada de hecho más lenta de lo normal, como si a Klaus se le hubiere olvidado respirar o tuviera un ataque de asma, parpadeo un poco rápido como si con ese acto la figura actual se desvaneciera o en dado caso dejará de existir… pero no sucedió.

La presencia de la mujer estaba tan presente como lo fue hace una década, cuando aún era un hombre libre pero en sus pies yacía el cuerpo de Kardos. Definitivamente esa noche estaba sintiendo en carne viva lo que era los recuerdos pasar por su memoria, desearía poder olvidar aquel dolor, aquella traición, aquel momento en la que su familia se destruyó por completo.

Los hermanos Dagmar.

Noto como los labios de la mujer se movieron pero ciertamente Klaus se encontraba en otro plano; su mente hacía una comparación en la última imagen borrosa que poseía de Astrid comparándola con la viva imagen del presente… coincidían.

Era ella… la mujer que lo dejó pudrirse en la cárcel, la mujer que lo traicionó, la mujer que dejó que su familia le quitará lo único que un hombre puede tener con seguridad… su esperanza, sus sueños, su vida.

De pronto pudo sentir cómo su corazón empezaba a latir de forma rápida como si estuviera viviendo un maratón, como si fuera la señal que necesitaba para saber que no estaba muerto ciertamente aunque para Klaus su vida se destruyó, él había muerto.

Hector Eachann, estaba muerto y había una tumba con su nombre en el cementerio junto a su abuelo Niklaus.

No podía lograr hablar, ni controlar sus latidos, ni moverse, era como si estuviere paralizado por sus recuerdos, pensamientos, sentimientos reprimidos por largos años de odio. Klaus nunca planeo buscar, encontrar o buscar de alguna manera a Astrid Dagmar ni tampoco lo deseaba, ¿acaso no era suficiente con lo pasado?

Y fue su primera reacción, su primer movimiento, apretó sus puños con fuerza sin importarle que él sostenía aún el mango de su espada corta. Pero sintió odio, enojo, ira, despecho… y posiblemente todos los sentimientos negativos en ese preciso momento.

La odiaba, odiaba a Astrid Dagmar por dejarlo morir en Carceris Arcadia. La odiaba por abandonarlo, por el daño sufrido, la odiaba por que la amo más que a su familia, y aún más porque él hubiere dado su vida por ella.

Presionó sus puños con tanta fuerza hasta que sintió lo que años no surcaba por su rostro… pero luego de la nada abrió sus manos, dejando caer su espada que quedó incrustada en la arena de la cueva al igual que las pequeñas lágrimas que descendían desde sus ojos hasta caer por su mentón.

Estaba llorando… él, un licántropo de treinta y dos años que la última vez que lloró fue en ese preciso lugar por un motivo tan diferente pero similar al mismo tiempo. La tercera vez que lloraba, ¿Por qué estaba llorando? ¿Enojo? ¿Ira? ¿Dolor? ¿Odio?

Ciertamente no podría catalogarlo, y aun cuando su vista se volvió borrosa Klaus no dejo de mirarla. Estaba más grande, más mujer, con un aire diferente al que recordaba. Era algo lógico… había cambiado, como él lo había hecho.

Elevo su mano retirando el rastro del líquido salado, obligándose a dejar de llorar, a respirar de forma normal, al salir de la momentánea parálisis que había sufrido su cuerpo. Obligando a su mente y cuerpo a reaccionar, habían quizás pasado solo unos minutos pero para Klaus cada segundo parecía un siglo, cada respiración era una carga sobre sus hombros, y su cuerpo parecía sentirse más pesado.

No estaba borracho, solo estaba detenido en el tiempo, congelado de imágenes borrosas, palabras y recuerdos que flotaban a su alrededor hasta que despertó con asco, era curioso que Klaus pudiera retomar poco a poco el control de cuerpo y mente al caer en cuenta de la repulsión que sentía compartir el mismo sitio, el mismo oxígeno, el mismo lugar donde fue la última vez que se vieron a los ojos.

Ella estaba pisando un lugar sagrado, un lugar que no le pertenecía, un lugar que era de él y de Kardos, de su última conversación… ella debía irse.

— ¡Fuera de aquí!

No fue gritado de hecho fue más como un aullido furioso de un animal que estaba siendo provocado, una advertencia clara de un hombre peligroso al arrastrar cada palabra para conformar aquella oración.

Astrid no pertenecía a ese lugar, no estaba invitada a ser parte, no estaba invitada a vivir dentro de los recuerdos que conectaban con Kardos, ella no estaba invitada a ser parte del único pasado que guardaba para sí mismo.

— ¡He dicho que te vayas!

Volvió a exclamar esta vez más fuerte con más presencia con un gruñido al final, manteniendo su mandíbula tensa y sus dientes visibles aquellos en los que se destacaba unos colmillos bastantes afilados.

Definitivamente no iba a provocar un enfrentamiento, pero tampoco estaba dispuesto a tolerar la compañía de aquella mujer…

Si ella no se iba, lo haría él aun cuando tuviera que pasar a su lado y aguantar aquella venganza que parecía querer estallar en aquel lugar prohibido, pero no podía.

No ahora, no en ese lugar... ojalá nunca.  
Klaus
Klaus

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Privado Re: The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

Mensaje por Astrid Dagmar Jue Oct 27, 2016 10:50 pm

Le costaba asimilarlo; pensaba que era una mala jugada de su cerebro, el cual probablemente trataba de relacionar aquel infame lugar con un rostro conocido. Un rostro que esperaba no ver jamás desde que huyó aquella maldita vez en la que su más duradera amistad se echaba a perder para siempre, al igual que el alma del que una vez fue su hermano. Aquella traición, aquella súbita ruptura, fueron representadas por las manchas de sangre que se mezclaron con la árida tierra de la caverna, que caían en grupos separados, como si las gotas tuvieran vida propia y quisieran alejarse las unas de otras. Al menos, Astrid lo recordaba así, y no sabía si realmente fue aquello lo que vio, o si su mente se encargó de crear esa simbología a raíz de la profunda decepción que asoló su corazón en ese entonces.

Entreabrió los labios automáticamente, de forma muy sutil, como si quisiera pronunciar algo que no era capaz de salir de sus entrañas. El silencio reinó durante varios segundos, segundos que para ella se convirtieron en minutos, quizás horas… no sabía realmente cuánto tiempo se había quedado allí, sin moverse, ni tampoco supo cuánto pasó hasta que el albino se levantó, mostrando una altura exagerada. Dado que la Rubinus en sí era bastante alta, pocas veces se había visto obligada a elevar la barbilla para poder mirar mejor a alguien. Muy pocas veces, de hecho.

Existían ya varias coincidencias en su aspecto físico, el cual detalló con lentitud para intentar ver algo distinto, algo que le indicase que de ninguna manera podría tratarse de aquel joven con quien dejó todo vez para perseguir unos ideales que resultaron ser, también, decepcionantes. Aquella altura… él siempre había sido muy alto, increíblemente alto. No era como si fuese común encontrar a un hombre albino de aquel tamaño, mucho menos siendo licántropo. Pocos seres que no lo fueran poseían un par de orejas como aquellas, después de todo.

No parecía que hubiese envejecido… no, claro que no, aquellos seres no lo hacían, ¿no era así? Físicamente, seguía exactamente igual que aquella vez, salvo por un pequeñísimo detalle: su ojo derecho permanecía oculto bajo un parche, indicando que probablemente habría perdido la vista en él, o que incluso le habría pasado algo mucho peor. Y su expresión, lejos de ser aquella risueña de antaño, era una mucho más sombría. Una que reflejaba los sentimientos de la propia Rubinus, como si se tratase de un espejo de las emociones que ella misma sentía. No era capaz siquiera de ponerse aún más a la defensiva al observar que portaba una espada corta.

No podía negarlo más. Se trataba de Hector, Hector Eachann, a quien creía muerto y que ahora parecía haber regresado de su pasado para atormentarle, como un fantasma vengativo. Por un segundo se le pasó por la cabeza que alguien habría tratado de traerlo de vuelta a la vida en forma de liche, pero su cuerpo no mostraba signos de descomposición alguna, y no se le ocurría quién diablos podría hacer eso por él. Por él, precisamente por alguien tan despreciable como él… mientras su hermano aún yacía bajo tierra.

Estaba vivo. Algo muy dentro de ella sintió la necesidad de aliviarse, un pequeño recuerdo de la amistad que hubo años antes, pero que jamás reconocería, puesto que éste estaba ocultado por una gran capa de odio, rencor, e incluso temor. ¿Quién murió en su lugar, pues? ¿Otra víctima más?

Su respiración empezó a volverse más intranquila. Se sobresaltó un poco al ver que dejaba caer su arma, pero no fue capaz de reaccionar voluntariamente. De algún modo, su cuerpo reaccionó a lo que veía en el contrario, provocando que la misma acción se reflejase en su rostro: si no fuera porque notó el sabor salado de sus propias lágrimas derramándose sobre sus labios, no se habría percatado de que también estaba llorando. No lo había hecho en mucho tiempo, probablemente desde que por fin asumió lo que había ocurrido aquella fatídica noche. Lloraba de rabia, de tristeza, de decepción… por mera confusión, incluso.

Eso era patético. Los llantos los había dejado atrás hacía mucho tiempo, junto a aquella niña que había enterrado con su hermano, en aquella tumba a la que no se había atrevido a acercarse hasta que sus padres se retiraron por temor a que se generara un enfrentamiento innecesario en un lugar que debía respetar. No podía parar de llorar. No hacía ruido alguno, pero las lágrimas borboteaban de forma incesante, como si algo en su interior hubiese estallado después de muchos años.

Fue entonces cuando oyó su orden. Aquello le hizo despertarse, y gracias a ello pudo comenzar a moverse. Se secó las lágrimas como pudo con la mano que tenía vendada, abandonando aquella faceta de vulnerabilidad que se había atrevido a asomarse por primera vez en tantísimo tiempo. Ella ya huyó una vez, y no volvería a hacerlo. No era él quien debía indicarle que tenía que irse: más bien, era ella quien debía evitar que aquel lugar fuera profanado por él. ¿Acaso se regocijaba de recordar la escena una y otra vez? ¿Era eso por lo que se encontraba allí?

—¿Y quién eres tú para decirme que me vaya?—Sorprendentemente, su voz no sonaba agresiva. Su arma seguía a la vista, pero no pretendía atacarle en ese momento. Al menos, a no ser que él tratase de hacer algo. Apretó los dientes cuando repitió la orden, dejando toda serenidad de lado, como si su insistencia le repugnase y sacara lo peor su ser. —¡Dime! ¿Quién eres tú para decirme a mí que me vaya?—Alzó un poco el tono y enfatizó la referencia a sí misma, para así recalcar el hecho de que era ella quien tenía derecho a permanecer allí por encima de él. Por supuesto, no le agradaba el lugar y apenas lo visitaba por evitar reencuentros con su propio dolor… pero si alguien no debía estar ahí, era precisamente él.

Lágrimas de odio amenazaban con volver a escaparse de sus ojos, y el nudo que apretaba su garganta le impedía poder decir todo lo que quería. Trató de aguantar el llanto todo lo que podía, no podía dejar que volviera a verle en ese estado. —Bastardo…—siseó, intentando controlar sus movimientos y permaneciendo en el mismo lugar. Sentía la necesidad de vengarse allí mismo, de profanar aquella cueva con su sangre del mismo modo que él lo hizo hacía casi diez años y acabar de una vez con aquel mar de emociones negativas que creyó haber olvidado. —¿Acaso te regocijas al venir aquí?—Tembló un poco, sintiendo que finalmente sus mejillas volvían a humedecerse. —¿Tan cruel te volviste que necesitas rememorar la noche en la que nos traicionaste?—Y así, dirigió contra él la primera puñalada. No lo hizo de forma literal, si no que las dagas salieron de entre sus labios, en forma de palabras cargadas del más doloroso rencor.
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Privado Re: The point of no return [Privado. Astrid Dagmar]

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