Un paso hacia la eterna oscuridad [+18 Gore] [Priv. Adam Benjamin]

Al alba, el único ojo visible del pequeño príncipe del infierno se abrió lentamente mientras su recién despierto cerebro ponía en orden las primeras ideas que se iban asomando en la mente del muchacho. ¿Había llegado el momento, verdad? El día señalado, la fecha que con tanto hincapié se había repetido en su cabeza una y otra vez. No porque quisiera, si no porque el mayordomo de la familia, Adam, la había comentado varias veces en ocasiones anteriores. Dicho empleado era más que un sirviente: su madre lo consideraba como a un hermano y como uno de los más leales seguidores de la revolución. Además de eso, se le había asignado la tarea de ser el mentor de Lucius, de forma que, a pesar de servirle, el muchacho no debía faltarle al respeto de ningún modo si no quería sufrir las consecuencias.

El joven no se sentía especialmente entusiasmado por la susodicha fecha, pero tampoco había estado temiendo la llegada de ésta. Más bien, tenía bastante curiosidad: Adam le había comentado tiempo atrás que tarde o temprano comenzaría a enseñarle ciertas habilidades (al menos una) que pudiera serle realmente útil en un futuro, ya fuese lejano o cercano. Tras unas semanas, el mayordomo pareció encontrar el día adecuado y le avisó con antelación sobre el mismo para que así fuese preparándose. Lucius sabía que él no iba a ser condescendiente con él por muy difícil que le resultara aprender sus enseñanzas, aunque a estas alturas ya estaba acostumbrado.

El nigromante había elegido un extraño emplazamiento para que el entrenamiento tuviera lugar. Ni siquiera se encontraba en Spatium: debían viajar hasta Chaos, hasta el mismísimo corazón de la espesura del Bosque Oscuro. El muchacho prefirió no cuestionar la decisión del mayordomo, pero no podía evitar preguntarse a sí mismo cómo llegarían allí con rapidez, teniendo en cuenta que el punto de partida era la Mansión Ichinose, situada en uno de los sitios más alejados de la nación de los guerreros.

Tras el desayuno, aquella cuestión fue resuelta en cuanto Adam le mostró un temible animal de grandes dimensiones. Era similar a un licántropo, pero se trataba de un flying lion. Le sonaba haberlo visto un par de veces e incluso haber leído sobre su especie alguna que otra vez, pero no conseguía recordar nada en ese instante. ¿Cabalgarían sobre él? ¿No sería más fácil ir en un carruaje, quizás? Ni mucho menos: por fortuna, aquella bestia tenía la capacidad de volar a alta velocidad. Tal vez no sería el transporte más seguro del que disponían, pero sí el más rápido.

Lucius no sabía con seguridad cuánto tiempo tardaron hasta llegar a su destino. Mientras surcaban los cielos se había estado entreteniendo mirando hacia abajo, observando lo insignificante que se veía el mundo desde allí arriba. Un insignificante mundo que sería liberado del yugo del Lord en algún momento. Era cuestión de tiempo. De vez en cuando intercambiaba alguna que otra palabra con el mayordomo, pero prefería no importunarle con sus pequeños arrebatos de impaciencia que trataba de controlar pensando en cualquier otra nimiedad.

Bajó quizás con algo de torpeza de la fiera, moviendo las piernas de forma repetitiva para quitarse la sensación de entumecimiento. Escudriñó su alrededor con la vista, dándose cuenta de que quizás no habría mucho espacio para entrenar, puesto que había demasiados árboles por medio. Aunque, tal vez, sí que habría espacio suficiente: no tenía mucha idea de lo que trataba la habilidad, y eso era precisamente lo que más curiosidad le causaba de todo el asunto. Miró por el rabillo del ojo a su maestro, con un pequeño brillo de interés en su pupila, provocado por lo misterioso de la situación. No se sentía cansado, por suerte, y de hacerlo, sabía que no sería buen momento para quejarse. —Ya estoy listo para empezar—afirmó, volviendo el rostro hacia el mayordomo. —…—Abrió la boca para hablar, pero se mantuvo en silencio. Suponía que recibiría una explicación del poder que iba a aprender sin necesidad de tener que preguntarlo, por lo que esperó pacientemente a una respuesta por parte de él.

Tiempo atrás… aquel lugar había sido uno de los más peligrosos visitados por el joven pelinegro; sus huidas, sus rabietas, sus planes, sus muertes, sus locuras… Una zona tenebrosa llena de recuerdos corrompidos por la desgracia y el horror. Con cada paso rememoraba sus acciones allí; llantos, quejas... aquel dulce olor a hierro producido por la sangre de contrarios; tanto suya, como de otros, sin excluir bestias. Siquiera el viento se mostraba violento, por no decir que casi carecía de existencia; el ambiente se mantenía pesado aun después de tantos años. Un olor casi nauseabundo; un silencio imperturbable que abandonaba toda sensación de tranquilidad; una angustia llena de dolor y pánico encerrada dentro de las pobres almas de la vasta y seca vegetación; la leve niebla inundaba poco a poco el terreno del bosque. A pesar de la luz que el Sol emanaba desde su núcleo, iluminando todo el reino aquella mañana, su energía no podía alcanzar el interior del bosque… como si se abstuviera de producir luz en un lugar devastado por la misma agonía. En aquel bosque podía ocurrir lo inesperado; podría manifestarse cualquier bestia, podría haber una cacería, una escena grotesca, una matanza despiadada… era uno de los mejores lugares para que la mente de un crío pudiera optar por cambiar de la manera más drástica y horrendamente posible. Incitar a que alguien se acostumbrara a lo inusualmente “prohibido” era demasiado sencillo para el Nigromante.

– Aún no… Lucius. – Durante todo el trayecto del viaje, Adam no había tenido la necesidad de voltear su mirada hacia la de su acompañante. No era necesario el siquiera advertirle sobre el error que cometería al alejarse de él; “confiaba” en su responsabilidad e inteligencia. Cualquier negligencia que el Mayordomo pudiese observar en él, lo llevarían por actuar de la manera más “correcta” e implacable posible, dentro de sus ideales como ser oscuro. – Nos adentraremos más. – Aquellas fuertes pisadas sobre las hojas secas e incluso gruesos troncos caídos totalmente desgastados por el terreno se escuchaban de manera contundente a espaldas de ambos seres. Aquel ruido se unificaba con el ronco sonido del tremendo animal que había mostrado tiempo atrás el alto pelinegro. Aquella bestia seguía a su amo allá a donde iba hasta que el mismo le diese alguna orden de retirada. Su enorme cuerpo podía intimidar al más feroz cazador; los potentes músculos de las patas podían aplastar cráneos como cáscaras de huevo; su olfato, envidiado por muchas razas, alcanzaba a localizar animales a metros y metros de distancia.

El paso del Nigromante paró en seco. Había llegado a su destino, memorizando el recorrido que habían tomado desde el punto de aterrizaje con el León, una zona lo suficientemente amplia como para mostrar su poder sin dificultad alguna. Se encontraban bastante lejos, y eso… podía notarse en la negra ambientación sofocante que prevalecía sin importarle nada ni nadie. Siquiera una mísera palabra fue necesaria. Mediante un gesto rápido de dedos, aquella criatura ascendió en dirección a los cielos, llevándose consigo alguna que otra rama por delante, destrozando levemente el lugar donde se encontraban; sin embargo, aquello no permitió que la luz del día se mostrara con intensidad. – Primero… – Esperaba que su “aprendiz” estuviera atento a cada palabra, a cada advertencia y acción del Mayordomo. Debía suponer que se abstendría de repetir cualquier mención ya dicha; los errores y fracasos los debía tener en cuenta por sí solo, pues la perfección solo podía conseguirla de la manera más cruel y dolorosa posible. Ahora sí, una vez posicionado a varios metros del joven, comenzó a observar el rostro del chico, tan delicado y pálido como lo conocía. ¿Aguantaría todo aquello que le iba a tocar sufrir? Siquiera lo pensaba; solo deseaba ver un cambio enorme al final de este entrenamiento… costara lo que costase. – Permito llantos; permito suplicas; permito gritos; permito que tengas deseos de suicidarte en mayor medida… Pero, lo que no permitiré será un abandono total por tu parte. Deberás tener cuidado con lo que quieres hacer una vez pruebes por ti mismo lo que conlleva aprender una de mis habilidades. – Ante aquellas palabras, dejó soltar un leve suspiro para continuar con su pequeño listado de reglas – Segundo: Todas mis órdenes se deberán acatar sin rechistar y… desde ya, mencionarte que no habrá descanso alguno con el que puedas disfrutar… Tercero: Por cada error que cometas se intensificará el dolor que vayas a sufrir. Cuarto: No está permitido desconcentrarse en medio del procedimiento. Incluso si una criatura logra encontrarnos y desee despedazarnos sin lugar a dudas. Y quinto… – El silencio se mostró sin previo aviso. Un silencio casi inaguantable capaz de producir nauseas al más fornido y valiente hombre. Una “paz” agobiante y llena de imágenes horripilantes. – El fracaso es igual a “muerte”. Tendrás un límite de tiempo para conseguir el éxito absoluto. – A una velocidad de vértigo, realizó una serie de movimientos con sus labios, pronunciando unas palabras en un idioma irreconocible para cualquier contrario. Ante ello, un negro y denso vapor comenzó a materializarse alrededor del pelinegro, rodeándolo por completo lentamente, engullendo su ser exterior e interior – Buena suerte… con mi otro “yo”… – Y una masa oscura de complejidad absoluta “mató” al propio Nigromante.

Aquel fluido comenzó a dispersarse entre el terreno; acariciando cada roca, cada rama, cada árbol…. Cada ser vivo cercano; como si de una malicia en forma de “gas” quisiera devorar las entrañas del mismo bosque; el conjuro había terminado, provocando que todo lo que antes existía se volviera de un tono oscuro, donde la niebla que creaba la misma naturaleza se autoproclamara protagonista. En el centro de todo lo existente, en la misma posición en la que se encontraba Adam, allí, había nacido el “maestro” de la misma muerte. Su apariencia había muerto, dándose a mostrar un aspecto execrable y demasiado espantoso como para poder ser mostrado en público. Su gran cornamenta y su ser esquelético lo acreditaban como algo peligroso. Elevó su diestra, observando con aquellos “ojos” la misma y como sus dedos crujían a la vez que los movía alternativamente. Dejó de accionar, para virar su rostro rápidamente hacia la del pequeño que tenía delante.  – … – Sus pasos comenzaron a mostrar signos de vida, pisando con relativa lentitud el terreno del bosque hasta llegar a su destino. Agachó su cuerpo de la manera más retorcida posible, quedando a pocos centímetros del cuerpo de Lucius. – Creo que debes de querer alguna explicación sobre mi habilidad… – Un perturbador sonido de ultratumba amenazaba a todo lo que su ronca voz lograba alcanzar; su aliento era nefasto y su melodía demasiada intensa y asfixiante… cualquier persona podría pensar que aquel sonido procedía del mismísimo infierno. Todo en Adam había cambiado… – Que mejor manera que comprobarlo por ti mismo… – Su poder ya dio comienzo, dirigiendo su objetivo hacia la piel del brazo izquierdo del joven con tal de que este sufriera el hecho de contemplar una imagen “real” por él mismo. Deseando que su víctima observara con horror como su brazo comenzaría a pudrirse para mostrarle cada músculo de la zona, deseando otorgarle un dolor y una agonía tan ruidosa como deleitable para los oídos del Nigromante. – Espero te guste tu primera experiencia… – Acarició el flequillo del joven a la vez que se levantaba, alejándose a pocos metros del mismo.

No se quejó cuando el mayordomo dijo que se adentrarían aún más en aquel siniestro bosque, a pesar de que el cansancio comenzaba a hacer de las suyas en el todavía frágil cuerpo del heredero de los Ichinose. No había sido una sugerencia, ni siquiera una propuesta: el joven muchacho se lo había tomado como una orden inquebrantable que debía aceptar sin dar lugar a alternativas. Además, el hecho de sentir una ligera fatiga sin haber empezado el entrenamiento le avergonzaba. El hijo del duque del averno, como demonio poderoso que se precie, no debía consentir tener ni mostrar la más mínima vulnerabilidad, ni siquiera delante de sus seres más allegados. Ser un niño no debía justificar la falta de fortaleza que poseía.

Siguió los pasos de su maestro en completo silencio, siendo el ruido del crujir de la hojarasca bajo sus pies lo único que se escuchó durante varios minutos, teniendo como acompañamiento el sonido de su propia respiración y la de la enorme fiera que acompañaba a ambos revolucionarios. La imponente presencia del animal, así como la intimidante autoridad del hombre de cabellos oscuros, le impidió proferir siquiera la más mínima cuestión acerca de cuánto tardarían en llegar al punto ideal donde comenzar el entrenamiento, o preguntar sobre la naturaleza del mismo.

El pequeño se detuvo en cuanto Adam hizo lo propio. —¿Aquí?—susurró, en un tono apenas imperceptible, formulando la pregunta más bien para sí mismo, pues parecía ser bastante obvio que el nigromante estaba conforme con el lugar que les rodeaba. Aunque podía ser que no estuviera contento del todo: sin pronunciar palabra alguna, el león gigante empezó a llevarse por delante algunos árboles del paisaje que les rodeaba, quizás para así tener un espacio más amplio para ejercer el entrenamiento. Volvió la vista hacia el mayordomo en cuanto éste comenzó a hablar, dispuesto a seguir sus indicaciones, fuesen las que fuesen. Si iba a caer desmayado, fuese por fatiga o por puro dolor, lo haría tras sacar el máximo provecho de todos sus esfuerzos.

Sus párpados se abrieron un poco más al oír las concesiones de Adam. Entreabrió los labios, pero no emitió sonido alguno, dejando que el mayordomo terminara de hablar. ¿Qué clase de entrenamiento llevarían a cabo para que desease suicidarse? ¿Su padre habría pasado por lo mismo en el pasado? ¿El propio Adam habría vivido exactamente lo mismo? ¿E Isela… aquella a la que ahora llamaba madre? Exhaló un pequeño suspiro tembloroso, escuchando pacientemente las advertencias del nigromante. —No abandonaré, Adam.—Inclinó la cabeza rápidamente, como si quisiera confirmar lo que acababa de decir y así convencerse a sí mismo que no había vuelta atrás. Apretó los dientes con fuerza y tragó un poco de saliva antes de continuar hablando. —Aunque presencie el mayor de los horrores y sienta en mis propias carnes el mayor de los sufrimientos, no abandonaré.— Quería hacerle sentir orgulloso. A él y a sus padres. Debía estar a la altura de sus expectativas, le costase lo que le costase.

Se mantuvo callado mientras el nigromante continuaba explicando las normas que debía seguir, incluso cuando se creó un pequeño silencio repentinamente; un silencio que le causó una leve sensación de pavor que parecía avisarle de lo que se avecinaba. Volvió a tragar saliva. No podía dejar que el miedo le inundara. Si, como él decía, fracasar implicaba tener que morir, debía tener en cuenta que aquel entrenamiento no sería moco de pavo. Nunca pensó que sería así, pero ahora, más que nunca, debía tomarse en serio las capacidades del hombre que tenía delante. —No voy a decepcionarte.— Aguantaría lo que fuese necesario. Sabía que, en efecto, terminaría por sentirse humillado tarde o temprano: confiaba plenamente en las palabras del mayordomo. Si realmente había dejado caer la posibilidad de que lloraría y sufriría como un condenado, lo haría, a pesar de que su orgullo se viese afectado por ello. Trataría de controlarse para evitar demostrar tanta debilidad, pero sabía que en algún momento sucumbiría al dolor. Y sin embargo, no permitiría que tal sufrimiento le hiciese abandonar. No podía permitirlo.

El hombre desapareció, engullido por un vapor oscuro que inundó el lugar y sus alrededores. El ambiente se había vuelto monocromático, inundado por las siniestras sombras que previamente habían devorado a la persona a la que ahora debía llamar “maestro.” Cuando aquella masa incorpórea comenzó a disiparse, Lucius observó con sorpresa que no quedaba rastro alguno de las facciones del mayordomo. Podría decirse que su piel y sus músculos se habían podrido, que quizás se habrían retraído hasta quedar en nada, mostrando una calavera tenebrosa que acongojaba hasta al más valiente. De forma inconsciente, el pequeño retrocedió un paso, pero se detuvo en seco al caer en la cuenta de que aquello le haría quedar como un mísero cobarde. —…¿Maestro?— De nuevo, sus labios pronunciaron una pregunta para sí mismo.

Se quedó quieto, paralizado por la intimidante figura del que ocupaba el cuerpo del mayordomo. Su voz, a la par que su apariencia, podrían espantar al menos escrupuloso de los mercenarios. Contuvo su respiración al percibir su aliento, un olor a podrido que le provocó náuseas en cuanto sus fosas nasales lo detectaron. Esperaba recibir una explicación sobre aquel poder, desde luego, pero no esperaba observarlo en la práctica tan pronto. Ni siquiera se esperaba el horror que experimentaría en cuestión de segundos.

Un sudor frío recorrió su rostro, desde la sien izquierda hasta su barbilla, en cuanto aquel tenebroso ser le acarició el pelo. Cuando se alejó, el iris azul del muchacho se posó en su brazo izquierdo. Su piel se estaba deshaciendo; y el dolor continuo y urente, mezclado con el horror de ver cómo sus músculos quedaban al descubierto, hicieron que el joven retrocediera velozmente mientras un grito ahogado que manifestaba el terror en su máximo esplendor provenía de sus mismísimas entrañas. Sujetaba aquella extremidad con su diestra, que estaba sana, fijándose en aquella terrible necrosis que envolvía la zona afectada.

En poco tiempo se había convertido en presa del pánico, impotente al ver que no podía hacer nada al respecto. ¿Tan pronto iba a fracasar? ¿Acababan de empezar y ya estaba mostrando tanta debilidad ante su maestro? Si Adam quisiera, podría mantenerle consciente mientras le desmembraba lentamente para que, en lugar de morir por no poder aguantar el dolor, lo hiciera por miedo. Sabía que sería capaz de eso, independientemente de las consecuencias a las que podría enfrentarse después. Y aunque se sentía terriblemente tentado de parar, no podía hacerlo, bajo ninguna circunstancia.

Aún sujetando los restos de su brazo izquierdo, Lucius ladeó su pálido y desencajado rostro que comenzaba a empaparse de sudor hacia su maestro, intentando reprimir el terror y el dolor. Sus facciones se endurecieron ligeramente, a la par que su mirada se volvía desafiante: sabía que era muy, muy mala idea, pero quería dejar claro que no iba a rendirse ahí. ”Puedo…puedo con más que esto,”pensaba, tratando de animarse a sí mismo, esforzándose por pensar en cualquier otra cosa que no fuese aquella extremidad pútrida para evitar desmayarse de horror.