Juegos de bebida [Misión de gremio de rango 2] [Con Li Wei, Jun Wei, Emily Strossner, Orion Ärud, Catherine Leroux y Kai Dimatrovk]

Hasta los gremios más reconocidos y prestigiosos habían tenido unos duros inicios, una cuesta hacia arriba que sus miembros debían recorrer para que su nombre fuese pronunciado con el pecho henchido de orgullo. A veces las primeras misiones no eran las más honorables, ni mucho menos las que conllevaban las hazañas más legendarias — pero por algo había que empezar. Y por ese criterio, Astrid decidió aceptar una misión en Rihm, ciudad que había jurado no volver a pisar en un tiempo, pero que por razones descritas por quien encargó el trabajo, no tuvo más remedio que hacerlo.

Había logrado convencer a unos cuantos miembros para que se unieran a la causa. Se trataba de una misión en donde debían ejercer como guardias de seguridad que se camuflarían a modo de empleados en un pequeño bar cuyas ganancias y clientes iban perdiéndose a una rapidez vertiginosa por las constantes peleas que tenían lugar en el interior del local. El dueño, desesperado, acudió al gremio más cercano que encontró: un gremio que no conocía ni la madre de la fundadora, por lo visto.

Sin embargo, Astrid no contaba con el hecho de que aquel bar funcionaba además como un burdel. Y como tal, implicaba que los uniformes de las empleadas (y por ende, el que ella y otras chicas que le acompañaban en la misión debían vestir) apenas dejaban nada a la imaginación. Los chicos se salvaban, puesto que llevaban trajes elegantes propios de algún mayordomo de los Golden Alliance.

—Sé que esto es ridículo, chicas, pero la recompensa merecerá la pena,—decía, aún en el vestuario, mientras trataba de ajustar el sujetador rojo a su pecho, que parecía no querer quedarse en su sitio. Su ceño permanecía fruncido desde hacía un rato, ya que, a pesar de sus intentos de alentar a sus compañeras, su mente no paraba de repetirle que no debía haberse metido en aquel berenjenal. —Si logramos cumplir con nuestra misión, posiblemente consigamos más contactos para que el gremio siga creciendo.— Y a saber qué contactos. Pero sería mejor no pensar en eso. Le había costado decir eso y no porque se estuviese arrepintiendo de estar preparándose para aquel encargo, si no porque la pajarita que llevaba le estaba apretando el cuello de mala manera.

Se miró al espejo para colocar mejor el uniforme, que no le quedaba demasiado bien. Y ese maldito trozo esférico de algodón que tenía en la tela que cubría su trasero estaba mal cosido, por lo que las costuras que se clavaban en aquella zona hacían que tuviese unos deseos increíbles de rascarse constantemente. Además, el maquillaje que le habían obligado a ponerse, en lugar de realzar sus facciones, acentuaban sus ganas de tirarse por un puente. Le hacía parecer… lo que tenía que parecer, si quería fingir ser una empleada. Una prostituta.

Miró de reojo a Li, Emily y Catherine, mientras se ponía una diadema con orejas de conejo. —La guinda del pastel,—murmuró, dejando escapar un suspiro. ¿A la gente le gustaba denigrarse de ese modo? Aquello ni siquiera era sensual, directamente era estúpido. Se acercó a la puerta, no sin antes darse la vuelta ante ellas para dedicarles unas palabras. —Son solo tres días. Sé que algunas de vosotras habéis pasado por situaciones peores, así que sed pacientes y mantened la calma en todo momento. Somos quienes velamos por la seguridad de este bar durante un pequeño periodo de tiempo, no quienes vamos a causar problemas. ¿Está bien?—Parecía más seria de lo normal, pero quizás dicha apariencia se debía al hecho de que era una advertencia para sí misma, más que para sus compañeras. —Os espero fuera.— Dicho aquello, salió de la sala y se aproximó al vestuario de los varones, tocando la puerta con suavidad. —¡Chicos! ¿Estáis listos?—Quizás habría alguno ya fuera, pero no se había fijado bien.

Era gracioso pensar que en ese momento en donde pertenecía a los Custos Dei, especialmente se tenía que involucrar en una infiltración a un burdel. Al menos para ese momento, Ärud había deseado que su ascenso y la publicidad de este fuera controlado ya que aún no se acostumbraba realmente al hecho que había tomado el puesto que anteriormente rechazó. Sin embargo no cambiaba la situación que se encontraría tres días usando aquel traje de pingüino, rodeado de mujeres para que su gusto no eran atractivas y el lugar carecía de entretenimiento real para los locales.

No obstante, no estaba ahí para diversión sino para el gremio con el que estaba consolidado. Astrid lo había convocado a él junto con otros agremiados con la intención de suplir a los empleados hasta que el dueño sea capaz de conseguir nuevos empleados, negó ligeramente contra el espejo y terminó por acomodarse la corbata negra.

— Listo — mencionó frente al espejo, luciendo su traje formal al menos lucía algunas prendas de negro como su pantalón, chaleco, corbata y saco, se sacudió un poco las pelusas de su hombro derecho antes de dar una media vuelta visualizando a sus compañeros — ya escucharon, es momento de empezar — mencionó el semidragón.

— Si necesitan ayuda con la corbata, no duden en decírmelo — expresó un poco más amigable, aunque no cambió la seriedad que expresaba en sus rasgos faciales; continuó sus pasos hasta la salida de los vestidores de los empleados masculinos, encontrándose de frente con Astrid.

No pudo evitar observarla desde la cabeza a los pies, y de vuelta a fijar su mirada en el rostro de la mujer — te ves… horrible — murmuró con confianza con la líder del gremio soltando una ligera carcajada luego de unos segundos hasta que volvió a callar la misma.

Aunque su mirada se desvió hacia las otras féminas, no las conocías sin embargo Ärud les dedicó un saludo con la mano — son tres días, los cuales por mi parte siéntanse seguras que ninguno de los locales les pondrá una mano encima — dijo con seriedad — por el momento habrá que esperar que todo marche en curso, sin caos.

Eran las esperanzas de Ärud para ese momento, el semidragón pretendía que la misión fuera sin líos alguno aunque no podría estar muy seguro de eso, más por el hecho de la reputación que el burdel acontecida.

Rihm era una ciudad problemática donde las hubiera, pero comenzaba a resultar un incordio que todas las misiones o trabajos en los que participaba fuesen en el mismo lugar, empezaba a pensar que sería mucho más simple destruir la ciudad entera que perder más tiempo en ella, mas ese no era su trabajo ni tampoco su decisión. En ésta ocasión se encontraba en una especie de bar que al mismo tiempo actuaba de burdel, algo bastante común en ese lugar por lo que sabía de él, sin embargo tampoco estaba ahí para juzgar el local o lo que sucediese en él. Al parecer les tocaba hacer de guardias de seguridad camuflados como empleados cualesquiera, en teoría simples camareros hasta que el dueño tuviera nuevos empleados que realmente se encargasen de la seguridad. El Rubinus se encontraba con sus compañeros del gremio, preparándose para salir a comenzar con su tarea de guarda-camarero, él estaba contento con la ropa que le había tocado llevar a diferencia de las chicas que no tuvieron tanta suerte, se compadecía de ellas y sobretodo de su hermana, sabía perfectamente lo poco que le gustaba llevar ese tipo de ropa. Jun no tenía ningún problema con su ropa, todo lo contrario, era su ropa favorita de la cual tenía su propia colección en casa, ese no era de los suyos pero le quedaba bien, no necesitaba más para estar cómodo.

Uno de sus compañeros, el cual era un Custos nada más y nada menos, ofreció su ayuda con respecto a la corbata para quien la necesitase, no podía hablar por el otro hombre presente pero por él mismo si podía decir con total calma que no le era necesaria ayuda alguna. -Gracias por el ofrecimiento pero no será necesario, ya tengo algo de práctica…- Se expresó formalmente como de costumbre, levantándose de su asiento para salir del vestuario y reunirse con el resto de miembros del gremio, ninguno se había librado de ponerse el “uniforme” del local, y de las chicas parecía que solo una se lo estaba tomando más o menos bien, a diferencia de las demás que estaban evidentemente disgustadas con la ropa. -Intentemos aguantar, que solo son tres días. Si tenemos suerte no habrá que lamentar nada y podremos terminar la misión limpiamente.- Trataba de calmar un poco los ánimos de todos en general, puede que le gustase la ropa que llevaba pero no le terminaba de gustar el trabajo que tenía que hacer, no el hacer de camarero en sí, sino más bien que le pudieran confundir con otro tipo de empleado, mientras no tuviera que soportar nada de eso estaría bien.

La mayoría ya habían terminado y estaban fuera, solo debían esperar por el último de sus compañeros y se pondrían manos a la obra, no sabía como andarían los demás de paciencia sin embargo él estaba calmado a la espera, de una forma u otra tendrían que estar tres días trabajando en el local si querían el pago y además la reputación. Era un trabajo sucio en un lugar repugnante, mas los contactos no nacían de la nada sino del esfuerzo, seguramente Astrid habría pensado en ello ya y si lo había aceptado siendo la líder del gremio, él no era nadie para cuestionarle, todo lo contrario, consideraba que estaba en lo cierto y si querían crecer como gremio no quedaba más remedio que apechugar con lo que les había tocado. Ese era uno de esos momentos en los que su hermana diría “Si la vida te da limones, haz limonada”.

Los días habían pasado las cosas seguían casi igual, solo que el estaba en un proceso de cambio, recientemente se habia decidido a entrar a un gremio, cosa que en el pasado no hubiera pasado por su mente, tampoco se veía muy seguro de llegar a cumplir todas las ordenes que se le daban, pero estaba dando de su mejor esfuerzo ya que si lo hacia bien le pedirían que fuera a mas misiones con ellos, lo que no contaba era que la misión fuera en un burdel, si un burdel lleno de chicas... No solo unas lindas chicas, si no que chicas que poco dejaban a la imaginación.

Le habia tomado su tiempo para poder colocarse todas las piezas de su inusual traje, nunca antes habia usado algo así en su vida, nunca antes se habia si quiera imaginado aparecer así en publico. Se sentía extraño, no por el hecho de haber prometido bajo toda circunstancia comportarse si no por el hecho, no por el hecho de decir que estaría totalmente concentrado en lo que debía hacer, si no por el hecho de parecer un pinguino con el traje que se les habia dado para cumplir la misión y pasar desapercibidos.

Aun seguía mirándose en el pequeño espejo del vestuario donde se encontraba junto a Arud y Jun Wei, de ves en cuando les miraba notando que no era el único que se sentía incomodo con aquella inusual situación. Cerro sus ojos y tomo aire antes de escuchar que los llamaban de afuera, con rapidez se sentó sobre la silla mas cercana se puso las medias y luego miro con el ceño fruncido los zapatos elegantes de mocasines, rodó los ojos y los tomo, diciéndose mentalmente que todo valía la pena por un buen pago, así fueran tres días seguidos. Cuando termino de atar los cordones de aquellos zapatos, se levanto y se dio una ultima mirada.

Cuando se habia dado cuenta los otros dos chicos ya habían salido del vestuario, camino a paso lento ya que no estaba acostumbrado a utilizar esa clase de calzado, abrió la puerta de madera y vio que ya todos estaban reunidos y hablaban de algo, no dijo nada solo cerro tras el y se acerco disculpándose con la mirada y hagachandose un poco a modo de disculpas. Fue entonces cuando su mirada paso de chica en chica sin evitar quedarse un poco mirando donde no debía, trago saliva y se concentro en escuchar lo que decían.

El resto de chicas andaban también bastante incómodas, pero al menos Catherine parecía tomárselo con humor. Quizás la que lo llevaba peor era Li, que para colmo apenas podía respirar con el traje que llevaba. Probablemente le hubiesen dado esa talla a raíz de que, normalmente, daba una apariencia mucho más menuda de lo que realmente era. —No os preocupéis. Merecerá la pena. Si hacemos bien nuestro trabajo, el dueño podrá recomendar el gremio a otras personas. Así puede que nos contacten más y que acabemos haciendo misiones más… dignas,—respondió a la pregunta de Emily, pero hablando de manera general para todas.

Orion fue el primero en salir del vestuario de varones. Alzó una ceja cuando él dio su más sincera opinión sobre su aspecto. —Podría ser mucho peor, desde luego.— Saludó a Jun y a Kai, el miembro más reciente del gremio, cuando ambos llegaron a donde estaban todos. —¡Bien! Ya que estamos todos…— Carraspeó para aclarar su voz. —Recordad que tenemos que fingir ser empleados del local. El dueño aún no nos ha dicho nada, pero supongo que vendrá a decirnos qué tenemos que hacer. Por supuesto, aunque somos vigilantes encubiertos, debemos evitar todo conflicto posible y, desde luego,—miró al muchacho más joven, habiendo notado hacia dónde se le iban los ojos de vez en cuando, —nadie puede tocar a las demás empleadas.— Volvió la vista al resto, adoptando una expresión menos severa. —O empleados, todo sea dicho,—añadió.

Apenas había finalizado su discurso cuando el dueño, un hombre de medio pelo, bajito, con cara de rata y repleto de anillos y colgantes de falso oro, apareció delante de ellos. —¡Aah, es terrible, terrible! ¡H-hoy se supone que iba a haber un gran espectáculo!—Hablaba muy aceleradamente y sudaba tanto que su calva brillaba más que una bombilla. Se limpió la frente con un pañuelo arrugado antes de continuar hablando. —¡La mitad de mis empleadas y empleados están con diarrea y nadie puede trabajar! ¡Y-y los clientes están llegando! ¿Q-qué voy a hacer? ¡Ah!—exclamaba, juntando las manos y moviendo los dedos con nerviosismo. —¡Y-ya sé! N-necesitaré que ocupen sus puestos, ¡por favor! ¡Les pagaré más aún!—suplicó, agachando la cabeza después de mirar a todos con cara de perro degollado.

Astrid exhaló un leve suspiro, casi imperceptible para los demás, mientras se cruzaba de brazos. —Qué remedio. ¿Qué necesita?— Al hombre le brillaron los ojos. Tenía unos ojos tan grandes y tan saltones que parecía que se le iban a salir en cualquier momento. Y al ver ese brillo, la Rubinus sintió… grima. Sí, esa era la palabra. —P-pues verán… ¡Oh, usted!—Miró a Emily y la tomó de la muñeca, impregnándole el sudor de su asquerosa palma. Señaló un atril que había en la entrada. —Usted, señorita, es lo suficientemente atractiva como para que cualquiera que entre desee quedarse nada más verle. ¡Debe ir en la entrada! A-algunos clientes han reservado mesa, así que necesito que esté a-atenta a la lista que está en el atril. S-si entra alguien y hay una mesa libre, puede conducirlo ha-ha-ha—estornudó antes de terminar la palabra—hasta ella.—Tiró un poco de ella en dirección al atril y le soltó, aún señalando hacia dónde debía ir.

Después se giró y clavó sus pupilas en los dos hermanos. —...—Se sorprendió al ver los brazos de Li, repletos de cicatrices. —No, definitivamente usted no puede bailar con e-eso ahí puesto, b-bajo los focos se van a ver esas heridas y a la gente le a-asquea eso.—Qué irónico que precisamente él dijese eso. —P-puede ir con el h-hombre que es parecido a u-usted a atender los pedidos de las m-mesas. S-seguro que la gente se sentirá m-muy confundida al v-ver un gender-b-bend en directo. Eso s-sí que les gusta.—Se relamió los labios. —A-asegúrense de repartirse bien, y pidan siempre e-en la barra lo que les ordenen los clientes.Señaló a la barra, indicándoles a los dos hermanos que debían esperar ahí.

Su vista se desvió a Orion. Frunció los labios durante unos segundos y finalmente asintió, haciendo que los pocos pelos que tenía en la cabeza bailasen según el movimiento de su cabeza. —¡Sí, sí! Usted parece un tipo serio. Usted atenderá la barra. Habrá clientes allí, pero también deberá trabajar según lo que le digan sus compañeros camareros.—Señaló en la misma dirección en la que debían ir Jun y Li.

Finalmente posó sus asquerosos ojos en los tres miembros restantes, relamiéndose los labios otra vez, pero de una forma mucho más repugnante que antes. —Ustedes… ustedes me van a salvar la vida,—murmuró, riéndose por lo bajo, mostrando unos dientes asquerosos. —S-saben… A mis clientes les encantan las mujeres exuberantes… pero también sienten cierto morbo por los chicos jóvenes vestidos de chicas…—Clavó la mirada en el pobre Kai. —Usted… Debe cambiarse. Esta noche será Ivana la Sultana.—Frotó sus sudorosas manos, sonriendo maliciosamente. —Y ustedes dos serán sus exóticas acompañantes.—La cara de Astrid se torció en una mueca de horror. —Bailarán en el escenario, serán mi número de entretenimiento de esta noche. Tendrán unos trajes exóticos y provocativos en los camerinos que hay tras esas cortinas de allá,—explicó, señalando al fondo del pasillo.

Astrid se estaba aguantando las ganas de tortear al hombre, a la vez que un terrible sudor frío recorría su rostro. Tragó saliva y comenzó a hablar para cuando pudo reaccionar. —…Escuche, yo no… no s- — El hombre pateó el suelo, y de nuevo los pelos de su cabeza se movieron violentamente. Frunció el ceño y levantó el dedo índice. —¡No verán ni un maldito soul link como me lo estropeen! ¡Más les vale cumplir con lo que yo diga!—espetó, escupiendo mientras hablaba. No dio opción a rechistar, puesto que se retiró antes de que la morena pudiese decirle algo más.

Ella volvió a aclarar la garganta. Posó las manos en los hombros de Catherine y Kai, atrayéndolos un poco más cerca para hablarles en voz baja. —Chicos, puede que esto sea la mayor pérdida de dignidad que vayáis a sufrir en toda vuestra vida. Os prometo que después de esto, nuestras misiones no tendrán nada que ver con esto. Todo sea por el nombre del gremio,—murmuró. La verdad es que se le daba bastante mal animarles, pero algo tenía que hacer.

Aclaración:

Soltó una risa fugaz debido a la respuesta de Astrid, pero al mismo tiempo no le digo nada solo le guiño rápidamente el ojo derecho, para prestarle atención a las demás personas que se encontraba a su alrededor, no solo a sus compañeros de equipo sino a los clientes. Era un lugar ruidoso, y el ambiente apestaba a humo, la verdad algunas mujeres parecían estar más ebrias que los mismos hombres.

La realidad es que hasta ese momento pudo notar con certeza el mugroso lugar donde se encontraba, por lo que soltó un disimulado suspiro aunque para ese momento observo como un señor de mal aspecto llegaba a hablarles. Esa era la explicación sobre el aspecto del lugar, “de tal palo, tal astilla” y aquel refrán aplicaba para cualquier situación.

Escucho como se dirigía a sus compañeros, permaneciendo en silencio hasta que la mirada del tipo se posó en él, logrando que Orion lo mirará de forma helada hasta desviar la misma al lugar de la barra. Él nunca había trabajado con licores, y solo tomaba whisky, por lo que no conocía de muchos tragos ¿acaso el hombre era tan incongruente?

Pero después de su desagradable discurso, estuvo a punto de posar su mano en tan asqueroso ser con tal de pedirle respeto hacia sus compañeros luego de aquella absurda rabieta. Sin embargo, se fue tan apresurado que Ärud lo dejó pasar por ahora — a nuestros lugares — expreso y observó a los improvisados bailarines — estaremos vigilando cualquier acto — hizo una pausa — Kai — nombró — la mayoría están ebrios, ni lo notaran — expreso, tratando de darle un bravura ante lo pedido por el hombre.

— Jun, Li — se dirigió a los hermanos — en dado caso que los clientes se quejen, debe mencionar que se trata de un nueva marca — mencionó anticipándose al hecho que aquello sería un desastre, y luego empezó a caminar hacia su lugar.

Detrás de la barra era un desastre habían botellas rotas, y juro ver pasar algunas cucarachas por los que Orion congeló el suelo en que se encontraba con eso cualquier animal que se hallaba en el suelo — por cierto, no coman nada — murmuró aquello que olvidó decirlo.

Noto las diferentes botellas, cerveza, vodka, whisky, tequila y los demás parecían estar sin etiqueta. Los cristales parecían estar limpios, quizá lo único de aquel lugar. Lo siguiente fue ver el frigorífico, al parecer no funcionaba por lo que le ponían hielo para tener alguna temperatura baja.

Saco los pequeños vasos para shots y los puso en la mesa antes de limpiarla con servilletas, ni loco pasaría el paño que estaba a un lado de la barra, esperando los pedidos de sus compañeros; aunque no hizo falta ya que al pasar unos minutos se acercaron varias mujeres.

Aunque las mujeres se acomodaron de tal manera que su escote era visible para Orion, el cual permaneció sin ninguna expresión en su rostro — ¿se les ofrece alguna bebida? — Preguntó — si, tu número de teléfono — escuchó por lo debajo y aun así se hizo el desentendido — ¿disculpe? — Mencionó — tres cervezas — volvió a decir la mujer, y luego escucho otros pedidos por parte de unos hombres que parecían ir acompañar a las mujeres.

— Perfecto — expresó, empezando a servir o al menos eso pensaba que hacía al llenar las jarras con cerveza cruda.

Su cabeza se movía de arriba para abajo asintiendo a todo lo que era dicho, por Astrid si de vez en cuando miraba a las chicas pero no pasaba de eso, luego sin mas se aburrió de escuchar lo que le decían ya que eran prohibiciones mas que nada en su contra, por eso su mirada paso de lado a lado mirando cada detalle del lugar, su rostro demostraba lo que no podía decir, el lugar le causaba una extraña molestia por lo desagradable, el olor y lo mal aseado que estaba aquel lugar.

Todo estaba calmado hasta que llego el hombre de gran calva y lo arruino, su mirada se dirigió a donde estaba, vio todo lo que pasaba, mientras este hablaba cada vez mas su cara iba tomando diferentes formas, cuando aquel hombre lo miro a el junto a Astrid y Catherine, trago saliva con gran dificultad, mientras su rostro palidecía mas de lo normal, sintió su sangre arde y cuando iba a decir que se negaba, el hombre amenazo con no pagar.

Su respiración era agitada, pensó en escapar pero sabia que eso seria imposible ya que no se lo permitirían sus compañeros. Volvió a prestar atención cuando escucho el nombre que tendría "Ivana la Sultana" es que acaso es hombre no se compadecía de el, que le habia hecho para merecer aquello. Tomo aire mientras vio que algunos ya comenzaban a lo suyo, luego sus compañeras de escenario entraron a su vestier, hizo lo mismo, entro al de hombres y allí vio la ropa que debía de llevar, cerro tras si la puerta y comenzó a quitarse los zapatos que minutos antes le habia tomado tiempo ponerse.

Se acerco a la silla de madera mientras las prendas caían, cuando quedo solo en boxers y tomo una de las prendas un escalofrió recorrió su cuerpo, su inquieta mente lo llevo a pensar muchas cosas que en par de segundos le hicieron ponerse rojo, movió con fuerza su cabeza para los lados mientras se quitaba lo ultimo que le quedaba de ropa Fue rápido con aquello ya que no quería que alguien entrara y le viera desnudo. Cuando termino de ponerse la parte de abajo, que eran unas bragas cubiertas de una especie de falda transparentosa negra, que llevaba en la parte de la cintura como si fuera un cinturón lentejuelas doradas, esta prenda dejaba ver en todo su esplendor sus piernas, se miro en el espejo frente a el y abrió los ojos, no le quedaba tan mal después de todo, hay fue cuando sintió una pequeña molestia su miraba bajo y encontró a causa, notando así como las bragas se apretaban a su intimidad.

No presto mucha atención a esto y fue de una buena vez por la parte de encima, era una especia de brasier en color negro con lentejuelas doradas en el haciendo juego con la parte de abajo. Le costo mucho, no sabia bien como ponerse aquello, dio vueltas sobre su eje tratando de abrochar, pero no lo lograba, después de casi 15 minutos lo logro. Luego vio una especie de tela negra transparente que iba encima del brasier, esto fue mas fácil de colocar. Se miro de nuevo en el espejo y decidió salir a pedir ayuda, dio unos cuantos pasos y ya estaba frente al vestier de as mujeres, toco la puerta y sintiendo que el tiempo no pasaba, al estar allí parado.

Habían terminado todos de prepararse para lo que les esperaba y se encontraban reunidos el exterior de los vestuarios, Jun le dedicó algunos segundos a fijarse en los presentes y su expresión tanto facial como corporal, empezando por su hermana que parecía faltarle el aire y se podía ver perfectamente que la ropa le hacía bastante presión. La líder del gremio por el contrario parecía estar bastante entera con el asunto, lo que no significaba que no estuviera incómoda con la ropa que les había tocado llevar a las chicas, era la jefa del grupo y tenía que mostrar más seguridad para animar a sus compañeros. En general casi todos lo estaban llevando más o menos bien, no parecían demasiado molestos con el trabajo o sencillamente trataban de tomarlo bien, al fin y al cabo solo tenían que aguantar un par de días haciendo de poco más que camareros, no era tan malo. Sin embargo, el fénix había cantado victoria antes de tiempo, la llegada del que parecía un homúnculo de ser humano nacido de algún conjunto de residuos y desechos, resultaba ser el dueño del local en el que les había tocado trabajara. Si al menos fuese educado y hablase con propiedad no sería tanto el problema pero estaba claro que su vocabulario estaba tan poco desarrollado como él mismo, para sus adentros se estaba preguntando en cómo era posible que con el aspecto del dueño y del propio local podía tener clientela alguna, de hecho le estaban dando arcadas de ver la combinación aunque exteriormente se le veía bastante más entero de lo que realmente sentía.

En orden de víctimas, la primera en caer fue Emily, una chica a la que conocía poco pero eso no fue un problema a la hora de sentir cierta empatía hacia ella cuando el “señor”, por no llamarlo de otra forma más despectiva, se fijó en ella y le tomó de la muñeca para llevarla hasta el atril de la entrada. Qué irónico resultaba ver como un piropo o halago como lo que había dicho sobre la chica sonaba tan asqueroso solo por salir de sus labios, su saliva resultaba tan desagradable que era capaz de amargar cualquier palabra por bonita que fuese. La siguiente baja fue su propia hermana, a la que miró de reojo al oír lo que mencionó sobre sus cicatrices, sabiendo más que perfectamente lo que opinaba ella y cómo le sentaría que precisamente él con las pintas que gastaba dijese algo como eso, si no quería asquear a los clientes debería encerrarse él mismo en una jaula. El Custos tuvo una suerte similar a la suya propia, no tuvo que sufrir ninguna vejación gratuita y le tocó uno de los trabajos más normalitos y tranquilos, estar tras la barra y servir a quienes pidieran, así como cederles tanto a él como a Li lo que fuesen pidiendo en nombre de las mesas como camareros que les había tocado ser. La peor parte llegó con Astrid, Catherine y el nuevo, Kai, que para terminar les mandó a ponerse una ropa “exótica” para bailar como espectáculo del local, para colmo el chico tendría que vestirse de mujer y ser el principal bailarín mientras las dos mujeres serían sus acompañantes.

Siguió con la mirada al tipo mientras se marchaba, manteniéndose aún en completo silencio, sonriendo tranquilamente como si no sucediera nada mas esa sonrisa era simple fachada, una vez que ya se había marchado y quedaron solos se pudo girar a sus compañeros. -Os ha tocado la peor parte, sin duda, nada de lo que pueda decir servirá para que sea más llevadero pero aún así, mucho ánimo.- Dedicó a los tres bailarines de la noche antes de girarse hacia su hermana para darle simplemente dos palmaditas en el hombro y sonreírle, a buen entendedor pocas palabras bastan, y para terminar se alejó de ésta para ocuparse del lado contrario de las mesas, conociendo su suerte empezaba a tener miedo de lo que podría suceder en los días que estuviera ahí, sin embargo trató de mostrarse lo más amable posible con los clientes y mantener una distancia mínima de seguridad con todos por igual.

Agradeció los ánimos de Jun con un gesto que parecía indicar que asumía la más humillante de las derrotas, antes de que partiera junto a su hermana a cumplir con su función. —Ah, qué remedio.—Suspiró de mala gana, siguiendo a Catherine hacia el vestuario femenino. Maldecía su suerte una y otra vez, a la vez que un ligero rubor afloraba en sus mejillas al ver el traje que le había tocado ponerse. —…Esto no va a cubrirme nada…—murmuró. Era muy similar al de su compañera, solo que en lugar de tener tonalidades celestes, era de colores que se acercaban a la gama del rosado, fucsia, y otros tonos parecidos. Además, la Rubinus pudo deducir que la persona que normalmente llevaba esas prendas tenía unas cuantas tallas menos que ella, y que incluso era mucho más bajita… ya que el sujetador y las bragas le quedaban ridículamente pequeños. Es más, las bragas parecían un jodido tanga. —Catherine, no sé cómo voy a bailar con esto. Es tan incómodo que parece que en cualquier momento se me va a cortar la circulación,—maldijo, tratando de ajustarse el pecho como podía para que el sostén no acabase reventando.

Ante los nervios de Catherine y los suyos propios, tuvo una idea un tanto… poco profesional. —Mira, vamos a hacer una cosa.—Se puso a rebuscar entre los diversos cajones de la habitación. —Existe el estereotipo de que las putas beben más que un maldito pirata, seguramente tengan alguna botella de lo que sea por aquí para acostumbrar a las novatas a perder la vergüenza,—ni ella se lo creía, pero algo tenían que hacer. Sus ojos se iluminaron al encontrar una botella que tenía un líquido verde fosforescente… y por un momento rezó porque la etiqueta no estuviese emborronada o no fuera algún tipo de detergente. No, no podía ser ningún detergente, ningún detergente se envasa en botellas de cristal. Le dio la vuelta y vio un nombre: ”El Dragón Esmeralda.” Y el número de la graduación apenas se veía. Quitó el tapón y lo olisqueó un poco, haciendo una mueca cuando un intenso olor a alcohol inundó sus fosas nasales. —Perfecto. Catherine, esto… nos ayudará un poco.—No había ningún vaso cerca, así que comenzó a beber directamente. Por supuesto, tras dar un par de tragos bien largos, la Rubinus comenzó a toser ante el ardor de garganta que había empezado a sentir. Le tendió la bebida a su compañera. —Toma. Déjale un poco a Kai.— Escuchó que llamaron a la puerta y fue a abrir, aprovechando que ambas estaban ya vestidas. Necesitó contenerse un poco la risa al ver que el muchacho estaba enfundado en un provocativo traje de bailarina exótica. —…Bueno, podría ser peor.—Lo invitó a entrar, tomando de nuevo la botella de las manos de Catherine en cuanto ésta terminó de beber, y se la entregó al chico. —Esto… te ayudará a perder la vergüenza.—Generalmente no se le ocurriría ofrecer una bebida desconocida a nadie, ni probarla, pero los nervios le impedían pensar con claridad.

El dueño, indignado ante la respuesta de Emily, se retiró hacia los camerinos dando zancadas. No iba a responderle en ese mismo instante. Los clientes estaban llegando y estaban en un lugar demasiado público como para ponerse a dar gritos a la joven, así que ya le cantaría las cuarenta más adelante. Una vez llegó a donde estaban los bailarines, tocó a la puerta para llamar la atención de los tres. —¡Vamos! ¡Les toca salir ya!—exclamó, dando zancadas. Se hizo a un lado y señaló al fondo del pasillo, donde había una cortina con lentejuelas que conduciría al escenario. Asegurándose de que la botella estaba vacía, Astrid la dejó en un cajón y comenzó a caminar hacia donde debía, gesticulando con sus compañeros para que le siguieran. Caminaba torpemente; aquello le había subido extrañamente rápido (y eso que era medianamente tolerante al alcohol) y el calor empeoraba aún más las cosas. El señor se adelantó a los tres, saliendo al escenario y saludando al público.

—¡Damas y caballeros! ¡Muchas gracias por venir! Esta noche les traigo un espectáculo digno de ver. ¡Con ustedes, les presento a la estrella del erotismo, la lujuriosa, la caderas fértiles, Ivana la Sultana!—Astrid se llevó una mano a la cara desde detrás de las cortinas tras escuchar eso. Los aplausos y los vítores eran exagerados… a saber qué esperaban ver. —¡Y por supuesto, vienen con ella sus dos sexys y atractivas acompañantes, las Bellas cual Camellas!—exclamó, sonriendo ante la recepción del público. La Rubinus miró a sus compañeros con una mueca de confusión y horror. ¿Quién se inventaba los nombres ahí? Respiró hondo y apartó la cortina, animando a sus compañeros a salir, disponiéndose a bailar en cualquier momento.

De repente, el dueño atisbó un rostro conocido en la puerta. Abrió los ojos como platos y se dirigió corriendo hacia Orion, sudando mucho más que antes. —¡Eh, eh! ¿Ve a ese señor de allí?— En la puerta, hablando con Emily, se encontraba un gigantesco y corpulento hombre, con el pelo negro engominado hacia atrás, con un puro en la boca y un abrigo de piel (en Rihm, sí, frioleros hay en todos lados) que venía rodeado de varios hombres trajeados. —Ese señor es Mario Spaghetti, un Maphius Family muy prestigioso, pero muy peligroso también. Se enfada si no tiene lo que quiere. S-seguramente le pida a usted una b-bebida verde… El Dragón Esmeralda. Olvidé encargar más desde la última vez y creo que sólo queda una única botella… así que búsquela inmediatamente o nos veremos en problemas.—Se acercó rápidamente a Li, a quien le repitió más o menos lo mismo que a Orion. —Y si le pide a usted o a su hermano que le enciendan el puro sujetando el mechero con la boca, lo hacen. No es broma, ese hombre… Ese hombre puede traerme la ruina. Y sus compañeros también.—Se retiró a una mesa desde podía ver todo mejor para así controlar a sus empleados temporales… y al señor Spaghetti. Tenía gracia que fuese corpulento y que su apellido fuese ese.

Spaghetti dejó que sus subordinados (unos tres, siendo uno de ellos una mujer) le retiraran el abrigo de piel, justo antes de hablar con Emily. —No estamos en la lista, señorita. Pero seguro que no hay ningún problema en que entremos, ¿verdad?—murmuró, con arrogancia, dejando caer la prenda en el atril y siendo escoltado por dos de sus hombres hasta una mesa libre. La fémina se quedó rezagada, mirando de manera lasciva a la pobre Rubinus que había en la entrada. Bueno, no, no era una mujer, pero lo parecía. —No juzgues a mi jefe, corazón. Es un poco maleducado cuando quiere… y se enfada cuando no le dan lo que pide, pero es un buen hombre.—Se ajustó la peluca rubia como pudo, para después apoyarse sobre el atril. —Serás lo suficientemente sensata como para cumplir con lo que él quiera, ¿no? De todas formas, sólo por ser tú… Me ocuparé de que no se mosquee contigo. Quinn Gold cuidará de ti, preciosa,—se relamió los labios y le guiñó un ojo. Bueno, eso habría que verlo, si no se mostraba receptiva igual pedía que le cortaran uno o dos dedos por puro despecho. Se retiró a la mesa donde estaba su jefe, sentándose entre los otros dos guardaespaldas: un hombre delgado y con un ojo mirando al mar y otro al sol, y otro tan gordo que necesitó dos sillas para sentarse.

Para ese entonces, Spaghetti ya había fijado sus ojos en alguien. Un atractivo camarero situado detrás de la barra… sí, ese pelo revuelto le daba un aire de rebeldía, de ser un chico verdaderamente difícil. Pero para Spaghetti, nada, nada era difícil. Alargó el brazo hacia un lado y atrapó la muñeca de un empleado que mantenía su cabello recogido en una cola de caballo. —Tú.—Obligó a Jun a detenerse, de no hacerlo, se encargaría de que lo hiciera. Señaló a Orion sin moverse del asiento, con la mano libre. —Dile a ese chico de ahí que me traiga lo de siempre. El Dragón Esmeralda. ¿Entendiste? Quiero que sea él quien me lo sirva aquí mismo.— Sonrió de forma lujuriosa hacia el pobre Custos, tras soltar bruscamente la muñeca del Rubinus. —¿Queréis algo, chicos?—preguntó, mirando a sus subordinados. Quinn Gold frunció el ceño al reconocer un rostro familiar en el joven, pero juraría no haberlo visto nunca. —Ah, no. Yo por ahora me conformaré viendo el espectáculo.—Siendo un íncubo, su brebaje favorito no era el alcohol, precisamente. El bizco pidió un vodka, sin más, mientras que el gordo, que estaba en su mundo, había parado a una chica muy similar a Jun (su hermana, claro estaba) y le había comenzado a pedir una gran lista de cosas que quería para su hamburguesa. —La quiero con mayonesa, sin kétchup, y con mostaza. Déjale el tomate pero sácale la lechuga y la carne, déjale el orégano pero reemplázame la cebolla por la gaseosa y agrándame las papas y cámbiamelas por un cono de vainilla. Y si no tienes de vainilla, ponle kétchup a la comida y agrándame el menú por cincuenta SL, pero no le pongas condimentos al helado.—Lo decía de carrerilla, y al decirlo, sus compañeros suspiraron con pesadez, dando a entender que pedía exactamente lo mismo en todos lados. Esperaban que Li tuviera buena memoria, al menos.