• Décima Trama de Spirit Soul • Highway To Hell

Por fortuna, tanto Hikari como el hombre que se encontraba cerca de ambas habían utilizado algún tipo de habilidad que le había permitido poder respirar un poco mejor, aunque sería por poco tiempo. —Gracias a ambos.— Perdió de vista al hombre, pero al menos Hikari seguía al lado. —¿Salir de aquí? Ya es tarde,—respondió la Rubinus al comentario de la súcubo. Alzó la vista al frente, tras oír una voz que parecía darles la bienvenida al infierno. La mismísima regente de aquel tenebroso lugar no cerraba el pico e incluso podría deducirse que estaba feliz de guiar a todo el grupo de revolucionarios hacia donde quiera que fuesen. Astartea, la segunda al mando de la facción opositora, procedió a dar un discurso a sus tropas, pero también tuvo en consideración la presencia de aquellos que no pertenecían a sus filas. Para cuando se pusieron en marcha, Astrid tocó suavemente el brazo de la caza recompensas para llamar su atención. —Me encargaré de cubrirte las espaldas. No sé qué es lo que va a pasar, así que no te separes de mí,—susurró, sin acercarse mucho.

”—Prepárate—“. ¿A qué? Comenzó a mirar a su alrededor, pero pronto sus dudas fueron resueltas cuando un temblor comenzó a asolar la zona. De pronto, el suelo se abrió y todos los presentes cayeron al abismo. Gritó, convencida de que no iba a resistir la caída: ni siquiera era capaz de ver el fondo, no al menos hasta varios metros después. Alcanzó a ver un saliente donde podría agarrarse, de modo que provocó que las vendas que rodeaban su brazo izquierdo se rompieran al ceder ante la forma monstruosa que dicha extremidad estaba adquiriendo. Con aquella gigantesca garra logró rodear una pequeña roca que salía de un montón de escombros, quedando apenas a un par de metros del suelo. Antes de que pudiera soltarse, del mismísimo lugar donde se sostenía comenzó a salir lava a borbotones, provocando que se soltase de inmediato. Su mano volvió a la normalidad, solo que ahora estaba cubierta por quemaduras graves que dudaba poder curarse rápidamente. —¡Joder!—Tosió, de nuevo sintiendo que se asfixiaba por la densidad tan horrorosa del oxígeno infernal. El lugar se asemejaba a los vestigios de una gran ciudad consumida por el fuego.

Para colmo, tres criaturas cuyo aspecto se asemejaba al de los habitantes de Rihm (una comparación bastante digna, teniendo en cuenta el aprecio que había adquirido en los últimos tiempos por aquella ciudad) aparecieron con intenciones de darse un buen festín con el grupo que se presentaba delante de ellos. Vio que Hikari no dudaba en atacar a uno de esos roedores; y quizás ella misma debía ser partícipe de dicha golpiza, pero prefirió ser precavida. Como había dicho Luzbell, muchos de ellos no saldrían de una pieza, y tenía que asegurarse de que al menos ellas dos podían vivir para contarlo. —No vayas tan lanzada, maldición. Ten más cuidado,—masculló cerca de ella, pero manteniendo una distancia prudente de la maldita rata.

Estaba aún dolorida (como era natural) por la quemadura de su brazo izquierdo. También le había pillado parte del costado y de la pierna, por desgracia. Sacó del bolsillo de la capa un pequeño anillo cuyos efectos podrían quizás ayudar a que su salud mejorase poco a poco e insertó un dedo en él. Aún así, no sería suficiente para poder notar alguna mejoría. Cuando se dispuso a pronunciar las palabras necesarias parar realizar una cura, se fijó en que, a apenas un par de metros de ambas, había una soldado (o eso parecía, quizás era otra caza recompensas) de pelo rosado. Aprovecharía la cercanía para que la sanación le llegase también a ella. —Níos Leighis—susurró, provocando de nuevo que un fulgor verde rodeara a las tres, garantizando al menos un alivio temporal al dolor.

Aquel oleaje de calor pudo surtir un gran efecto en el cuerpo del Nigromante. El infierno aprovechó su existencia para apoderarse de las mentes de los presentes, provocar un terror tan grande y un daño tan vil que fuese irremediable tan siquiera emitir un sonido de queja incluso por el más legendario héroe. El sofoco continuo a causa del ambiente no debilitaba únicamente al alto pelinegro, en absoluto. Todos y cada uno de las almas pensantes mostrarían dolor y agonía por la simple presencia de lo inmundo. Caminar era agotador, más cuando el calor tomaba un claro protagonismo en el Inframundo. Por muy oscuro que fuera, por muy perverso y macabro que dicho Mayordomo fuese, por tan gran maestro de la muerte que este se autodenominara… su presencia en el Infierno le estaba pasando factura. Incapaz de protegerse de su esencia, de su lúgubre apariencia, de su realidad… El dolor permanecía presente expuesto a los Revolucionarios que atrás se mantenían aguantando como podían. Siquiera emitió un sonido de agonía, su expresión era imperturbable y, sus ganas de acabar con todo esto aumentaban en proporciones colosales. Solo podía mostrarse en él, un río de sangre derramada por las puertas de las fosas nasales, el cual no dudó en limpiar con el pañuelo blanco que siempre portaba en el bolsillo interior de su traje.

Pudo recibir ayuda de sus amos; detalle que pudo observar de ellos y no dudo, tan siquiera un momento, en agradecerles con total sinceridad el buen gesto que tuvieron con él –No soy digno de recibir esta memorable ayuda, mis Señores– Inclinó su cuerpo de tal manera que sus acciones mostraran signos de reconocimiento. –Me disculpo ante mi “inferioridad” en estas tierras– Recompuso su figura con tal de poder continuar su recorrido con aquel numeroso grupo. Una impotente figura emergió desde lo más oscuro y tenebroso del Inframundo, separándose de otras dos figuras altamente poderosas, para darnos la bienvenida a su “humilde” y legítima tierra. Él se mantenía posicionado en las primeras filas respecto a su alto cargo en la revolución, detenido a pocos metros de los dos Líderes Revolucionarios. Se mantuvo al tanto de cada palabra que salía de aquella insolente boca; pudo conocer el cargo social que mantenía, presentándose como la mismísima señora del Infierno, Luzbell. Su atractiva figura no mostraba más que altanería y prepotencia, cosa que Adam no lo tituló como algo provocativo y menos, impresionante. El inexpresivo rostro del Mayordomo mostraba un motivo oculto como bien peligroso.

Fue un instante antes de poder atravesar aquel enorme portón de tan intimidante presencia; su cabeza viró hacia los seres que mantenían el paso firme, observándolos por el ángulo externo del ojo sin necesidad alguna de mostrar preocupación; indiferencia total ante cada uno de los asistentes. –Horus– Una masa de carne y huesos comenzó a materializarse cerca del hombro del pelinegro, mostrándose una escena verdaderamente grotesca y escalofriante para cualquier delicado ser. Del mismo, pudo observarse finalmente como un halcón de tamaño considerable se posara encima de él. Su afilada mirada emitía una hostilidad insaciable; sus garras, tan afiladas y perfectas, podían destrozar al completo a cualquier animal existente sin siquiera sentir una pizca de piedad. Su pura existencia solo servía para proteger a su amo, pero cualquiera que lo provocara se mantendría al tanto de lo que dicho animal podría hacer. –No te separes de nosotros, Lucius– Obviamente se refería tanto a sus padres, Isela y Takumi, como a él mismo. –Pero tampoco tengas el descaro de estorbar– Su tenue voz mostraba aparentemente una alta capacidad para relajar a cualquiera que captase ese dulce sonido proveniente de sus labios; sin embargo, todo aquel que conociera dicho Nigromante sabría, sin duda alguna, que sus palabras siempre ocultaban el verdadero ser de su personalidad.

El portón se cerró produciendo un eco brutal dando el comienzo de la larga y perturbadora travesía que el Infierno nos iba a conceder. El suelo comenzó a agrietarse con tal de que el grupo pudiera dividirse en dos, para luego, que el mismo terreno se abriera y ambos bandos cayeran en un “pozo” oscuro y aparentemente infinito. En un rápido movimiento, mientras cada uno de los allí presentes caían por aquel abismo, Adam aprovechó para desprenderse de la prenda superior del smoking negro, con tal de verse en el esa camisa blanca adornada con una corbata a juego. Mientras su cuerpo descendía por la oscuridad, tuvo la necesidad de agarrar a Lucius desde atrás, rodeando su torso con un solo brazo mientras Horus sujetaba con fuerza al Mayordomo, así la caída evitaría un daño innecesario en ambos. El destino vino a ser un nuevo y horripilante lugar envuelto por una masa de calor altamente insoportable, donde el magma reinaba por los alrededores de la zona; ruinas y muerte, todo lo que se podía ver era muerte. Por si fuera poco, las paredes comenzaron a descontrolarse por el magma, cosa que provocó en el pelinegro una alta capacidad de cautela ante la situación en la que se encontraban. Con brusquedad, Adam soltó al joven que cargaba para hacerle tocar el suelo con tal de que experimentara por él mismo la cruel realidad. Dichos muros comenzaron a expulsar magma sin límite, siendo que una zona del cuerpo fuese dañada por el calor del mismo, más concrétamente el brazo derecho del pelinegro. –…– Adam contuvo el dolor con una fuerza de voluntad inimaginable. Aquel ardor era altamente impresionante, muy vasto y poco recomendable.

De entre las ruinas y escombros, comenzaron a salir ratas de tamaño humanoide y de hostilidad impensable; el hedor era nauseabundo, cosa que no mejoraba la situación. Adam pudo observar como un par de integrantes que cayeron junto con él, comenzaron a atacar a la cosa que descendió de entre las sombras infernales. –Lucius, enfócate en localizar a tus padres. Es lo más importante que debes hacer con tal de mantenerte a salvo.–Observó a sus “aliados”; tratándose uno de ellos de una pequeña y feroz chica, personaje que tuvo la necesidad de atacar primeramente a uno de los enemigos. Un afilado movimiento fue lo que hizo que su brazo izquierdo se moviera a una velocidad de vértigo en dirección a la insignificante bestia que se mantenía cerca de ella. En ese mismo acto, un cuchillo de sierra de gran tamaño fue arrojado hacia la bestia con tal de que su afilada hoja atravesase el cuello del mismo. –Provoquemos un horror tan impensable que los propios desdichados del infierno no tengan más remedio que rogar piedad entre llantos de sangre–.

Fue llamada como muchos otros por los líderes revolucionarios para visitar el agujero más infame conocido, aquel lugar que el pecador temía por encima de todo, el infierno. La gente temblaba al imaginarse el averno, un lugar de sufrimiento para los pecadores. Al contrario, a  Tsubame le aliviaba saber que las personas más infames recibirán su apropiado castigo con el tiempo, pero eso no le preparó para lo que estaba a punto de ver. Una más en aquella masa formada por revolucionarios o neutrales a favor de los primeros, no conocía a nadie en absoluto, optando por guardar silencio y pasar desapercibida entre la multitud. Cuando atravesaron las puertas del infierno, entrando en este, era más terrorífico de lo que imaginó. En su interior nació la duda de si esas personas merecían tanto sufrimiento (y eso que acaban de entrar). Siendo de las últimas en ingresar en el infierno, observó con atención cada detalle del lugar para no olvidarlo en lo que le quedaba de vida. Entonces pensó que el lord y sus seguidores acabarían allí tarde o temprano, pagando por sus pecados, las atrocidades que cometieron y nadie nunca sabrá, las víctimas tendrían justicia finalmente.

Le costó ver la figura de Luzbell al frente de todos ellos, acompañando al matrimonio Ichinose como su rango de reina infernal le otorgaba. La cosa fue empeorando por momentos, lentamente empezó a sentirse extraña, mareada y cansada. Notaba el sudor recorriendo todo su cuerpo, el calor de aquel lugar la estaba agotando completamente, no lo soportaba. Cada paso un tormento, le faltaba el aire y cuando quiso darse cuenta, sus piernas le fallaron, quedando de rodillas en el suelo mientras los demás continuaban el camino. Una usuaria de la botanokinesis nunca hubiera sobrevivido a una situación como aquella, nada más hubiera acabado muriendo. En cuestión de minutos le era casi imposible respirar y supo que su travesía terminaba en el mismo momento en que cruzó las puertas del infierno. Sintió cierta rabia, dejaría a sus compañeros pero ellos aún eran capaces de seguir andando, eso significaba que ellos eran muchos más fuertes de lo que Tsubame sería. La falta de aire le fue afectando, pronto la visión se le volvió borrosa siendo incapaz de ver su alrededor, su cuerpo fue perdiendo fuerza hasta que cayó rendida en el suelo incapaz de seguir avanzando o mover un solo dedo.

Ya habrían más oportunidades para demostrar su valor y fidelidad a la causa, de momento tocaba descansar... morir no ayudaba a nadie.