• Décima Trama de Spirit Soul • Highway To Hell

La transición de un circulo a otro estaba poniéndola susceptible a recordar cosas o más bien situaciones que no quería, el asco recorrió su cuerpo tras dejar el segundo circulo y porque básicamente odiaba que cualquier persona quisiera someterla a hacer algo que no deseaba. Aunque la segunda al mando se viera frágil, no lo era…aquella mujer podía romperse cientos de veces solo para volver con más fuerza, con la fuerza de una tempestad…de la misma furia desatada…¿Cómo alguien a sus veinte años podía ser tan reacia a no dejarse caer?, mencionamos que perfecta no era, pero si gozaba de un carácter firme que en las peores circunstancias, lejos de hacerla entrar en pánico o pena, sacaban su lado más salvaje, más indómito…No había que olvidarse que por su sangre corría la sangre de un demonio supremo y que más allá que estuviera siendo subyugada por este, el tiempo vivido al lado del líder revolucionario junto a todo lo que experimentó, solo fortalecieron aún más su temple. Aunque fue capaz de notar la neblina y como su garganta empezaba a arder…no atinó ni una sola vez a curarse, ¿veneno?, progresivamente iría debilitándola pero podía aguantar, eso y mucho más

El tercero circulo le parecía de lo más patético, quitando por la presencia de cerbero que no dejaba de ladrar y ponía sus nervios de punta…los canes no solían gustarle mucho, prefería los felinos y precisamente fue en ese sitio donde a Hades se le erizaron los pelos del lomo, entre gruñidos fue adoptando una de sus cualidades, hacerse invisible cuando la situación así lo requería, al menos para pasar “desapercibido” cerca del can. Dio una simple mirada general al círculo en el que se encontraba…sus cabellos ondeaban siempre con la misma gracia, enmarcando aquel rostro impasible en esos momentos…Pero ahora no era tiempo de ponerse a analizar lo que tenía en frente, solo procedió junto al resto a un paso apurado, siempre cuidadoso…Se tomó la libertad de analizar todas y cada una de las situaciones a desarrollar, el grupo no iba tan mal, esperaba que el otro estuviese igual de entero…al menos. Cerbero era todo un misterio, aunque los canes no eran sus animales preferidos…le hubiese gustado, quizás en otro contexto hacer algún tipo de acercamiento, pero eso…lo haría más adelante.

Ingresando ya al cuarto círculo, le tomó por sorpresa ver tanta cantidad de oro macizo, tanto por lo que la gran mayoría era capaz de hacer las peores cosas. Se sentía meramente mal, a sus ojos repulsivo tanto oro, tanta opulencia…por más que durante toda su vida siempre tuvo lo mejor, Isela no era precisamente de ostentar en cuanto a bienes materiales. Veía injusto en el mismo planeta que mientras otros tuvieran tanto, la otra gran mitad no tenía absolutamente nada…vaya la justicia del monarca, tirano por excelencia que deseaba derrocar a costa de lo que fuera. A Isela no le importaba que tuviese que sacrificar, pero lo quería destruido…de rodillas ante ella como una vez estuvo frente a él con cada centímetro de su cuerpo destrozado. El odio, la ambición, eran su motor para no decaer en el proceso…si miraba hacia atrás, la mujer de negros cabellos ya no podía reconocerse…la Isela tímida, incapaz de dañar, incapaz de llegar hasta las últimas consecuencias…había muerto.

El silencio sepulcral de sus labios se mantenía a toda costa, solo divisó al mismo guardián, su apariencia tan destruida y aunque sus oídos se llenaron de los ecos de los lamentos de todos esos condenados, empezó a sentirse cada vez más débil. Sus labios se separaron tan solo un poco a falta de aire, del gran calor que experimentaba empezó a sentir somnolencia para después…la misma nada. Otra vez la misma nada que para su desgracia no era indicativo de algo justamente bueno.

Intentaba abrir los ojos pero sus parpados pesaban, tampoco podía moverse mucho pues aunque no las viera, podía sentir cadenas de acerco infernal sujetando sus brazos, sus piernas y cintura…la revolucionaria de élite estaba de rodillas sobre gruesas capas de hielo donde solo el sonido del viento estaba presente. Su rostro permanecía inclinado hacia adelante, sus cabellos le impedían la correcta visión pero así y todo…pudo lentamente abrir los ojos. Le dolía todo el cuerpo, no podía hablar…parecía que el frio acérrimo del sitio congeló sus cuerdas vocales pero dentro de ese estado de debilidad pudo discernir que se encontraba dentro del último círculo del infierno. No necesitó pedir explicación alguna…frente a ella se encontraba el mismo Adramelek, sonriente y tan irónico como impasible, cruel, sin un ápice de cariño o bondad. Este se inclinó apenas, tomando el mentón de la chica lo elevó tan solo un poco pero con brusquedad…

—¿No te he dicho yo que tarde o temprano terminarías aquí?— Musitó el demonio supremo pero Isela no estaba en condición de procesar lo acontecido, manteniendo la mirada entornada sin poder apartar el rostro, preguntó a duras penas… —¿Por qué…?, ¿Qué ocurrió?. Yo estaba en…yo estaba en el cuarto circulo y solo cerré los ojos unos momentos. ¿Qué…?, libérame, ¿qué clase de atrevimiento es este Adramelek?— Respondió con molestia en toda la zona de la garganta, pero no recibió más que alguna que otra sonrisa falsa, como era de esperarse. —Perdiste el conocimiento porque ni siquiera fuiste capaz de proteger a los tuyos. ¿Preguntas por…Astaroth, quizás?, ¿Qué parte quieres de él?, ¿la cabeza, las piernas, los ojos?. Astartea, lo perdiste todo, te dije que tarde o temprano así sería, que terminarías aquí conmigo para pagar por tus faltas…Pequeña, jamás debiste osar traicionarme porque pienso atormentar tu alma por toda la eternidad— Susurró ladino contra el oído de esta y su desesperación fue letal, ya que inicialmente experimentaba la sensación física de que sus alas estaban siendo arrancadas en lenta práctica digna de una carnicería. La mente de la mujer daba giros constantes al no llegar a comprender en totalidad que demonios había pasado pero algo fue capaz de hacerla sentir “viva”…Dolía, eran unos colmillos enterrarse en el dorso de la mano  izquierda lo que de alguna forma logró que realmente abriese los ojos. ¡Claro que estaba confundida! Pero cuando cayó en cuenta estaba con la mitad del cuerpo enterrado en la arena y en un extremo, Hades la había mordido en un intento por jalarla.

—¿Pero qué demonios…? ¿Eh?. ¡Mierda!— Dolía el mordiscón pero peor era seguir así, como pudo intentaba impulsarse fuera de allí pero realmente casi todo el trabajo lo había hecho el felino del averno que se negaba a dejar a su dueña así como así. Para cuando pudo salir, el cuerpo de la muchacha quedó tendido sobre la arena unos momentos, algo adormecido a causa del propio veneno que todavía corría por sus venas. Hades apoyó su cabeza contra la mejilla de la fémina y en ese momento, la joven le abrazó cuidadosamente por encima del cuello. —Gracias otra vez, no sé qué haría sin ti—

A duras penas, un poco golpeada, terminó poniéndose de pie, observando sin más al resto del grupo. —Allá parece que hay un portal. No sé ustedes pero…ya no quiero seguir aquí, no sé a dónde nos lleve pero por las dudas, no se arriesguen. Aunque…puede que terminemos en buen destino— Sin más terminó cruzándolo junto a Hades como buena Kamikaze y el panorama volvió a cambiar totalmente…ahora era pantanoso, oscuro, asqueroso igualmente pero solo atinó a absorber otro horror cristalizado. Suspiró repentinamente en lo que divisaba las otras figuras, con suerte contaron pues ahora…estaban todos juntos de nuevo.

Se sintió rodeada pero la calma no perdió, al dar por hecho que el revolucionario podría atacar, solo se limitó a lanzar una lanza de luz para atravesarlo, o al menos intentarlo. Finalmente, con su otra mano libre envió más energía curativa, tanto a Takumi como a Adam y a uno de sus revolucionarios más fuertes también, Frederik.

Una vez más la arena parecía ser la protagonista bajo los pies de los aventureros, aunque ese lugar era más espacioso, llamativo, solitario y seguramente aterrador. Al inicio de todo habían sido los retumbantes sonidos de zumbidos retumbando en sus oídos constantemente, ahora le tocaba el turno a unos ladridos colosales e intimidatorios que se esparcían con eco por las rocas y precipicios. Evidente era que la fuente del sonido solo podía tratarse de una bestia que les superaría tanto en tamaño como en potencia. El grupo acababa de pasar por una experiencia espantosa y seguramente muchos aun no habrían recuperado un estado emocional necesario para iniciar una pelea, por lo tanto deberían cruzar con el máximo cuidado evitando llamar la atención.

Lógicamente la travesía no iba a presentar facilidades en el camino de los aventureros, ya que unos trozos de carne aparentemente putrefacta aparecían cada determinado número de pasos, liberando un gas nocivo para el resto, algo que no podrían evitar simplemente aguantando la respiración, debido al trayecto que quedaba por recorrer. —Esto va mal… ¿Podremos llegar a tiempo?—Se musitaba para sí mismo entre toses y pasos torpes. Incluso con las quejas en el filo de la lengua, de alguna manera se las arreglaron para salir la zona peligrosa, aunque a la amenaza aun le quedaba mucho por desaparecer. Después de la neblina tóxica, acabaron llegando a una pendiente boca abajo, casi hasta el punto de parecer una pared en vertical, aunque quizá no de una forma tan exagerada. Abajo del todo, montañas y montañas de riquezas se alzaban hasta el fin de la vista, todas bajo el territorio de un mismo ser que acaparaba hasta el aire de sus dominios. Apenas dispuso de tiempo para atender bien el horrible destino de las almas en pena, pues junto a un sonido pesado y máquina, pareció que Cyan volvió a sumirse en un profundo sueño. “¿Qué eslo que más temes perder?” resonó en su cabeza.

La ilusión a la que fue arrojado el lancero no era diferente a las pesadillas que solía tener alguna que otra noche, aquella en la que perdía a toda su amada familia entre llamas, impotente de no poder hacer absolutamente nada, únicamente escapar y esconderse para preservar así su propia vida. La agonía de escuchar a su madre gritar, el terrorífico momento en que visualizó a su padre caer derrotado por los fanáticos del Lord, el shock de saber que sus hermanos habían quedado atrapados en sus habitaciones mientras el humo los iba asesinando poco a poco. En algún punto de ese horrendo sueño, su rejuvenecido cuerpo se veía consumido por las llamas, aunque el efecto que contraía en su cuerpo físico de verdad era que las doradas arenas de esos dominios lo tragaban lentamente. Posteriormente no pudo distinguir si se trataba de la propia ilusión o alguien fuera de esta, pero una voz llegó alcanzarlo, una voz que le alertaba del peligro, al mismo momento que el fuego terminaba por consumirlo. —¡Grraaaaaah!— De sus cuerdas vocales escapó un gran grito agónico, delatando su despertar del sueño y lo cruel que había sido su experiencia en este. Con gran esfuerzo físico, logró salir de la arena, por más pesada que estuviese gracias al material que la acompañaba.

Tocaba reunirse con el resto, que al igual que sucedió en la zona de los monstruos del placer, lentamente iban despertando de su sueño uno detrás del otro. Era momento de continuar el camino, ¿Cuándo saldrían de aquel espantoso sitio? ¿Quedarían atrapados para siempre? ¡No, no había forma de que eso llegase a suceder! Había que ser positivos. El camino debía continuar, Cyan se encontraba sudando, con los ojos entrecerrados y usando su lanza como punto de apoyo. (¿Hasta cuánto tendrá que durar esto?) pensaba, ya que cierto era que mentalmente se encontraba agotado, pero no podía flaquear, debía enderezarse y servir como ejemplo a los que caminaban tras de él. Al final del camino parecieron llegar al final, o como mínimo a la última parte de esa zona, viendo ante sus ojos una forma similar a la de una espiral o un vórtice, y luego de aquello… Todo negro, no importaba hacia qué dirección desviara uno sus orbes, la oscuridad era la misma a un metro de distancia que en la frontera, siendo acompañada por un interminable ruido blanco, que durante un leve rato causó cierto dolor de cabeza en el hombre de cabellos azulados.

El camino parecía tornarse un poco mejor al avanzar, pero solo era eso, mera apariencia. Un poco de luz no bastaba para solucionar la terrible calidad del terreno que sufría aquella zona en comparación a las anteriores, añadiendo un “pequeño” extra, no estaban para nada solos. Quien sabía desde cuándo, pero unos grupos de seres hostiles y apariencias deformes comenzaron a surgir, casi rodeando al pequeño grupo. A simple vista no podrían notar qué tan fuertes eran, pero sí que era altamente visible sus intenciones de atacar a algunos miembros en concreto. Abrió sus ojos de par en par en cuanto vio que uno de ellos se abalanzaba contra el pelirrojo que antes lo había ayudado a sanar sus heridas, el mismo que en una de las anteriores zonas parecía andar un poco dudoso con sus decisiones como Novarum, pero eran camaradas al fin y al cabo. Quizá no lo diría en voz alta, pero sentía que si hubiese podido asumir mejor la situación, nada malo hubiese sucedido, y por supuesto no estaba dispuesto a que algo le volviese a ocurrir, aunque solo era una forma de cargarse él mismo con las responsabilidades de todos. —Tsk… ¡Esta vez no, bastardos!— Y dicho eso, el Novarum saltó hasta caer a medio camino de la bestia deforme, colocando su lanza en posición horizontal con intención de disminuir el golpe, y de últimas activando aquella habilidad que endurecía su cuerpo. —Estas cosas van en serio… Pero parece que podemos mantenerlas bajo control.— Indicaba al hombre de rojizos cabellos. —¡No debemos permitirnos caer aquí!— Musitaba sonriendo de puro nervio, moviendo rápidamente la lanza de abajo hacia arriba con intención de generar un corte vertical a su oponente con el filo del arma.

El grupo de mujeres y hombres separados en el principio, alcanzaron finalmente el quinto círculo del infierno, cada uno más peligroso que el anterior. Ahora se encontraban en Ira, allí donde las personas que en vida no controlaron su carácter reciben el merecido castigo. Las almas de los iracundos están encenegadas en la pantanosa laguna. El castigo de estos es que las almas furiosas se golpeen entre ellas y se despedacen a mordiscos bajo el lago. En el fondo ese círculo no resultaba muy emocionante, solo un sinfín de almas castigadas por el pecado tan común como la ira, casi toda criatura ha pecado, por cualquier motivo. Los revolucionarios se reunieron finalmente después de atravesar varios círculos, esperaba que la diversión durase más pero el destino no quería eso. Como una sombra, se presentó ante el grupo que no estaba precisamente libre. Varias criaturas les habían atacado, entre ellos se encontraba el propio Takumi. Lamentablemente conocía el destino de las criaturas, ningún ser inferior acabaría con Astaroth.
Como si de una segunda bienvenida se tratase, extendió los brazos con entusiasmo.- ¡Todos juntos de nuevo! ¡Que alegria! Casi os perdéis…- Comentó.- Espero que vuestra visita al infierno esté siendo agradable, quiero que lo recomendéis a vuestros amigos y familiares.- Siendo inmune a cualquier efecto del infierno estar allí le hacía sentir una mera figurante, observando como todo avanzaba… detestaba permanecer al margen, ella era la reina del infierno y necesitaba estar presente, para algo ella era la soberana.

Ni corta ni perezosa se acercó a Isela con mirada adquisitiva, buscando en ella cualquier rastro de duda o preocupación.- Bienvenida de nuevo, Astartea, espero que el camino fuera de tu agrado.- Acortó la distancia entre las dos para susurrarle en el oído.- ¿Sabes? Te he visto en el segundo círculo, he de admitir que ver a tus “fuertes” soldados desnudos y fornicando me hace dudar sobre la capacidad de estos, pero… es normal, casi nadie es capaz de escapar ante la seducción.- Sonrió maliciosamente.- Por cierto… me alegro de que esos insectos no te tocaran, quiero ser la primera en hincar mis dientes sobre tu piel.- Confesó con tono picaresco relamiéndose los labios. Se alejó de la líder revolucionaria buscando cierta distancia de seguridad, no quería que Astaroth la tomara como una ofensa, seducir o cortejar a su mujer debía dolerle en el orgullo pero enfurecerle le divertiría… ¡Estaban en ira! ¡¿Qué diablos?! Era el momento perfecto para sacar lo peor de cada uno, enfurecerse, ver hasta qué punto la rabia te volvía loco.
Resignada a permanecer al margen de momento, esperó pacientemente a cierta distancia del grupo no queriendo mezclarse con ellos, prefería tenerlos a la vista para evitar ser atacada o por el contrario, ser ella quien lo atacara.

El infierno aún guardaba muchas sorpresas… muchas muy desagradables.

El Tercer círculo prometía un ambiente seco e intenso. El calor se mantuvo presente, pero por suerte no lograba parecerse la inminente ardentía que círculos atrás se mostraba como rey ante los presentes. Al igual que Adam, el Infante se centró en seguir al grupo lo más silenciosamente posible, con tal de que el Cancerbero, que, entre rugidos y rugidos de cólera, no se detenía a la hora de despedazar cada cuerpo que este veía entre el grupo de pecadores representados por la Gula. Su misma presencia imponía de tal manera, que el vello de cada rincón de su cuerpo se erizaba sin previo aviso. Su gran y negra apariencia mantenía un liderazgo absoluto, al igual que el terror que este provocaba en los desdichados. De pronto, una oscura niebla comenzó a tragarse todo el terreno en el que aquel grupo se encontraba; el hedor que este mostraba se adentraba en las fosas nasales del Infante, provocando que su toxicidad inundara sus pulmones, haciendo que este sufriera daños internos como cada uno de los que allí permanecían vivos. La sangre no paraba de salir desde su garganta, intentando que su tos no sonase más de lo que ya sonaba. Esa concentración nubosa no solo emitía unas toxinas capaces de provocar daños internos, sino que su nauseabundo olor provenía de los cuerpos descompuestos que allí permanecían a la vista de los demás, en su más pura deformidad. Pero el camino, por suerte, pudo acabarse pronto. Una cuesta increíblemente empinada hacia abajo nos recibía con sus brazos abiertos. El andar por aquella zona era notablemente peligroso; un mal movimiento y tu travesía por aquellas tierras terminaría sin previo aviso.

El Cuarto Círculo era otro “mundo” totalmente diferente del anterior. Montañas y montañas de riquezas infinitas alumbraban entre resplandores la mayor parte del lugar. Ese dorado color podía hipnotizar a cualquier avaricioso ser; algo curioso, pues en aquella estancia se encontraban todos los derrochadores y avaros que no hicieron más que ser egoístas con ellos mismos respecto a las ganancias propias. Presidiendo aquel ostentoso pero infame rincón del averno, se encontraba un cadáver decrépito adornado con gemas preciosas y otro tipo de joyas que trataban de ocultar su cuerpo en estado de descomposición. Parecía observar a todos los presentes con soberbia, con unos ojos vacíos pero que a la vez mostraban una vanidad desmesurada, como si aquel engendro estuviese completamente seguro de que los que allí entraban no saldrían jamás. Bastó un cruce de miradas entre el muchacho y el siniestro esqueleto que se alzaba como rey de los codiciosos para que, de repente, el joven se viese en un paraje completamente diferente al anterior. Un paisaje repleto de caos, desidia y desesperanza, colmado de escombros, sangre y sufrimiento por doquier. Se frotó los brazos tras sentir el aire frío que asolaba la casi desértica zona, cuyas únicas formas de vida que aún permanecían podían escucharse en forma de gritos y llantos agónicos. Comenzó a caminar entre las calles destruidas, desorientado, sin rumbo, hasta que, para su desgracia, atisbó dos siluetas familiares que yacían inertes en el árido suelo. Aumentó la velocidad de sus pasos, llegando a correr hacia los cuerpos ya fallecidos de quienes fueron sus padres. —¡Padre! ¡Madre!—gritaba una y otra vez, sin detenerse, presa de la desesperación y la angustia. A pesar de que no se movían, parecían alejarse cada vez más, haciendo inútil la constante carrera de Lucius, quien acabó tropezando y dándose de bruces contra el terreno.

Antes de que pudiera derramar una sola lágrima por la repentina pérdida, los ojos del príncipe infernal advirtieron el súbito cambio del terreno: pasó de ser un camino de tierra a ser un suelo decorado con tablones de madera que chirriaban cada vez que alguien ponía un pie encima de ellos. ¿Estaba soñando? De ser así, tan sólo le quedaba esperar que lo que acababa de vivir hacía unos segundos no fuese más que una pesadilla. Se levantó poco a poco, apoyándose en un mueble cercano: una mesa carcomida que estaba a punto de caerse en cualquier momento, con algún que otro plato sucio decorando su superficie. En ese preciso instante, Lucius empezó a reconocer su entorno. Aquella mesa… aquel suelo… esas paredes, esos armarios… ¿Era posible que su memoria aún guardase aquellos recuerdos que prefería haber olvidado? ¿Era posible que, de repente, hubiera acabado en casa de su madre biológica? ¿Aquella ramera de tres al cuarto a la que no podía considerar otra cosa si no como simplemente la estúpida que decidió traerle al mundo?

—Lucius.—Le llamaron desde su espalda. Era una voz ronca y tosca, pero perfectamente reconocible. Pertenecía a una mujer a la que reconocería de cualquier forma, incluso aunque sus rasgos característicos hubiesen desaparecido por completo. El muchacho se dio la vuelta, temiéndose lo peor y acertando en sus suposiciones: la fémina que tenía delante de él era, en efecto, su verdadera madre. Su aspecto era muy distinto al que recordaba. Estaba de pie, cerca del marco de la puerta por la que se entraba a la sala, caminando de forma errática y muy lentamente hacia su hijo, como si dar un simple paso le causase el más terrible de los pesares. Su cuerpo desprendía un asqueroso olor que correspondía con la apariencia pútrida de su piel, que en ciertas zonas parecía haberse desprendido, siendo una de ellas la mitad de su rostro y una mano esquelética que se acercaba cada vez más a Lucius con intención de agarrarlo de algún modo. —Ven conmigo, Lucius. Te llevaré conmigo otra vez.—El joven notó cómo varias gotas de sudor descendían desde su frente hasta su mentón, quedando a su vez completamente paralizado por el miedo. Se veía incapaz de vocalizar siquiera alguna llamada de ayuda; tampoco podía huir, ni atacar. ¿Hasta aquí había llegado? No podía ser real, no debía serlo, pero la percepción de sus sentidos indicaba todo lo contrario…

La mujer pronunció su nombre una vez más, como así creyera que podía convencer a su retoño de acercarse a ella. El chico siguió quieto hasta que sintió que alguien tiraba de él desde atrás. —¡…!—Se agarró del cuello de la camisa, temiendo que fuese algún ser que quisiese estrangularle, pero estaba completamente equivocado. Poco a poco, la visión del cadáver podrido de su madre, así como del edificio donde se encontraba, fue desapareciendo hasta dar paso a lo que verdaderamente estaba viviendo: seguía allí, entre aquellas montañas de oro y piedras preciosas. —Hay que seguir.— El mayordomo estaba a su lado, por suerte. No sabía exactamente qué había pasado y se sentía muy aturdido, pero al menos estaba aliviado al ver que todo lo que había experimentado en ese pequeño lapso de tiempo había sido solo una ilusión. Se levantó torpemente y se sacudió la ropa para continuar caminando tras el nigromante.

La entrada al Quinta Círculo debía hacerse a través de un extraño portal. Cruzar por él no debería llevar mucho tiempo, pero la estancia dentro del mismo causaba una sensación abrumadora. Pronto se encontró en un lugar cuyo terreno dificultaba su transición debido a su condición pantanosa, aunque eso no impidió que Adam pudiese correr (a una velocidad probablemente menor a la que solía emplear) hacia uno de aquellos seres que atacaban a algunos de los presentes. Lucius sintió que debía estar a su altura: aún sería imposible igualar las capacidades del mayordomo y por supuesto la de sus padres, pero no podía quedarse más de brazos cruzados, esperando a que los demás actuasen por él. Su vista se detuvo en una criatura que estaba siendo atacada por varias personas a la vez, aunque dudaba de otorgarle el título de persona a aquel gigante descomunal (que, de no ser porque sabía que era un aliado, probablemente le atacaría también). —Ahora me toca a mí,—murmuró para sí mismo, a la par que se acercaba hacia su objetivo.

Uno de los estigmas que el Infante poseía en su cuerpo comenzó a brillar ligeramente, a la vez que todo su ser era engullido por una masa oscura de forma indefinida. No podía enfrentarse a ese engendro así como así; necesitaba acumular más poder, uno que le otorgase una fuerza tan destructiva y peligrosa que le hiciera digno de ser el heredero de los Ichinose. Con tales pensamientos en su mente, la apariencia de Lucius empezó a cambiar de forma gradual, pero muy rápida: su altura aumentó considerablemente, además de su musculatura, otorgándole un aspecto que, sumándolo a las sombras que lo rodeaban, podría intimidar al más fiero guerrero. No quedaba rastro de sus rasgos faciales, tampoco: ahora era tan sólo una esencia manejada por la más profunda cólera. Realizando apenas un gesto con su diestra, el príncipe generó una figura de color negro que carecía de forma clara, pero de naturaleza tan hostil como la de las bestias que atacaban a sus aliados. No le hizo falta pronunciar palabra alguna: sólo con mirar al enemigo, la criatura engendrada gracias a su energía negativa se movió rápidamente hacia él, dispuesta a causarle el mayor daño posible.