TRAMA N° 6.0 - RECONSTRUYENDO CHOCOBO - [03/09/15 - 17/08/15]

En cuanto mis pies tocaron las cercanías de aquel inhóspito lugar la carne se me puso de gallina. Gracias a que ahora me movía en otros círculos sociales pude enterarme relativamente a tiempo de la idea que “el gran y magnánimo Lord” había tenido para reestablecer Chocobo. Era gracioso en cierta manera. Personalmente pensaba que el ejemplo lo daría si fuese él mismo el que ayudase allí, exactamente como había exigido a los demás, pero estaba claro que eso solo era pensar en una quimera. Por otro lado mis pensamientos hacia los revolucionarios no iban en la dirección contraria, más bien en la misma que tenía acerca de aquel gran señor. Ya que había estados involucrados en su destrucción también deberían redimirse hincando el codo como pensábamos hacer los demás. Lo claro era que Spirit Soul llevaba mucho tiempo podrido y no se iba a solucionar porque cien personas ayudasen a reconstruir un par de casas.

Mis motivos para ir por allí no eran otros que asegurarme de que allí realmente se ayudase y hacer todo lo que pudiera por la gente que vagaba sin nada por aquel lugar. Precisamente por eso la piel se me erizó cuando vi la masacre que allí se había formado. Obviamente los muertos, que supuse que adornaban las calles durante la batalla, ya no estaban y el olor se disimulaba gracias al frío que se sentía en el ambiente; pero lo que no habían logrado quitar de en medio era toda la destrucción que asolaba el emplazamiento en cuestión. No sabía por qué allí se había luchado ni quienes eran exactamente los integrantes de la batalla, ya que solo me habían llegado rumores sobre la culpa de los revolucionarios y lo bueno que estaba siendo el Lord al enviar aquel equipo, pero tampoco es que me importase. Si habían llegado a tal grado es que eran unos inútiles y unos ineptos por no haber tenido más cuidado, pero no entraría en ese juego.

Avancé hacia las calles llenas de escombros, intentando alejarme del barullo que se había formado en una parte del valle la cual se había llenado de generales y demás personal del ejército de los tres reinos. No me apetecía cruzarme con algún antiguo conocido y estaba segura de que muchas personas estarían demasiado asustadas como para acercarse a aquellas imponentes carpas que alguien había puesto ahí para ayudar. Al menos es lo que había escuchado de unos cuantos guardias que me había cruzado de camino a las calles. Mientras saltaba entre piedras y ladrillos pude fijarme en distintos movimientos furtivos de personas que se iban escondiendo al verme aparecer. Fruncí ligeramente el ceño, aunque no con desdén, más bien con algo de pena al pararme a pensar por qué se escondían. Era difícil confiar en alguien cuando unos desconocidos habían destruido todo lo que tienes. Esto puede que fuese algo más complicado de lo que pensaba en un principio que sería.

Respiré hondo mientras me dirigía hacia uno de los callejones donde había captado una sombra esconderse. En cuanto giré para adentrarme en él me encontré con una mujer de mediana edad que me apuntaba con un enorme palo al que había afilado la punta. Como acto reflejo levanté las manos en señal de rendición y no pude evitar fijarme en todo lo que tenía detrás: era una familia casi al completo. Sentado a unos metros de distancia, casi al final de aquella calle sin salida, se encontraba un anciano con las ropas ajadas; junto a él había un muchacho, de poco más de ocho años, que me miraba asustado pero que tapaba al que parecía ser su abuelo de mi vista. La mujer estaba asustad, tenía el palo cogido con firmeza pero, aun así, las manos le temblaban y este vacilaba. La miré fijamente e intenté poner una pequeña sonrisa en el rostro para no parecer demasiado amenazante —No voy a haceros nada. Solo quiero ayudar —. Se me seguía haciendo bastante raro tener que pronunciar esas palabras, pero era eso o tener que irme sin poder hacer nada y, sinceramente, no entraba en mis planes el hacerlo.

Me llevé una de las manos muy, muy despacio hacia la bolsa que siempre iba conmigo. La mujer me apuntó con mayor firmeza y yo ralenticé mis movimientos, no convenía que pensara cosas equivocadas. Cuando por fin pude sacar lo que buscaba le tendí a la mujer el trozo de queso que guardaba dentro. No hizo falta que le dijese nada más, no lo vi necesario. Si no quería mi ayuda me las apañaría para que la recibiera igualmente sin que se diese cuenta, pero por las buenas siempre era mejor hacer las cosas. En cuanto ella dejó caer el palo con lentitud y se acercó para coger el trozo de queso creo que fue su excusa para derrumbarse del todo. Sí, muy a mi pesar empezó a llorar en silencio pero de forma abundante. No pude hacer mucho más que intentar consolarla con un abrazo, a pesar de que en esas situaciones me sentía mucho más que incómoda. No se me daba bien consolar a la gente, aunque entendía que estuviese así. Respiré hondo y miré la cara de preocupación del niño y el abuelo, que hicieron ademán de levantarse. No pude resistir mucho más y miré hacia otro lado mientras pasaba la mano por la espalda de la mujer para tranquilizarla —Todo saldrá bien… Podréis con esto… —. Igual era una forma tonta de decir las cosas, pero no pensaba consolarla diciéndole que los “agentes de la paz” estaban reconstruyendo sus casas. Las pérdidas personales no se apaliaban con arreglar una maldita casa.

Tras unos minutos estando con ellos y que me contasen a grandes rasgos lo que habían vivido, la mujer por fin se tranquilizó. Insistí en que me acompañase a las cabañas que por allí había para que consiguieran atención médica y todo lo que necesitasen, sobre todo mantas y comida, pero era reticente a abandonar el lugar así que me tocaría ir sola. Cuando me alejé unas cuantas calles justo en dirección a las enormes carpas pudre cruzarme con algunas personas más que no tenían demasiado buen aspecto. Estaba claro que muchos se habían marchado de allí en busca de un sitio mejor, pero otros no habían querido abandonar su hogar y permanecían allí, luchando por sobrevivir como podían. Me ponía enferma tener que ver todo aquello a sabiendas de que los responsables habían sido otros seres de Spirit a los que probablemente no les importase nada más que su estúpido fin. Intenté relajarme antes de llegar al lugar. Tenía que pensar cómo conseguir que me diesen víveres y a la vez tener cuidado de que nadie me reconociese si no quería terminar encerrada en cualquier cuchitril de mala muerte.

Tempus, lugar donde la extensa vida de este ser divino había comenzado, lugar donde entrenó, se enfrentó y apreció por primera vez los crueles actos de las bestias existentes… sin excepción de los humanos. No es que aquel rubio tuviese únicamente malos, aunque confusos recuerdos de su infancia en aquel lugar, a pesar de tener una gran memoria, como cualquier otro ser viviente, tenía sus propios defectos, los cuales, consideraba insignificantes; esos más de trecientos años de subsistencia que poseía no eran beneficiosos para su reminiscencia, se trataba de una de las pocas cosas que podía maldecir el Ángel. Sí que podía recordar a la perfección el hecho de que la nieve invadía el terreno de dicho reino, las temperaturas de aquel remoto lugar eran muy bajas por consecuencia y, el viento que soplaba de vez en cuando no beneficiaba considerablemente. Sin embargo, no era algo que el joven Ángel no pudiese soportar. A pesar de todo, aún no daba crédito por lo que hicieron los revolucionaros en su anterior campo de supervivencia, no lo toleraba.

El gran jefazo del gobierno, conocido más bien como, El Lord, ordenó a los ejércitos y ministros a viajar a Tempus y poder colaborar en la reconstrucción del reino, sin embargo, no solo el gobierno estaba implicado, sino que también otros cargos neutrales podían participar, y, sin lugar a dudas, Owen Hawk no podía perder la oportunidad de relacionarse con otros, poco más. De seguro, el día de hoy iba a estar ajetreado, ya no solo por las tareas, sino por la cantidad de gente nueva que seguramente conocería este ser alado.  El viajé a Tempus había comenzado desde el momento en el que su asistente le informó sobre dicha orden mandada por el gran superior.

El fuerte viento bamboleaba con violencia el dorado cabello del Ángel, el cual, se encontraba surcando el mar a altas velocidades, dirigiéndose al punto de encuentro en Tempus, el Valle Chocobo, utilizando nada más y nada menos que sus hermosas, elegantes y largas alas divinas que poseía con orgullo. Mientras continuaba con su aleteo paulatino, reducía las distancia entre él y el mar; con las yemas de los dedos de su diestra, cortaba el agua, produciendo pequeñas olas de la misma que acompañaban al vuelo del joven – Es hermoso… – Sonrió levemente por un instante. Terminó con lo que estaba haciendo en el momento de notar una pequeña e insignificante presencia a pocos metros de distancia, la cual, pudo mostrarse al instante de notarlo; Una enorme ballena azul se mostró ante él de un salto, exhibiendo su gran cuerpo. Aquella escena era impresionante, pero podría haberlo sido aún más si hubiese chocado por accidente con aquella criatura de los mares. Dándole gracias a sus agudos sentidos, pudo evadir su sólida masa de carne, pasando justo por debajo de su torso de manera acrobática, siendo espectador de uno de los momentos más grandiosos de su vida… la naturaleza era asombrosa. – ¡¡La leche!! ¡Eso fue increíble! – exclamó, mientras aún seguía emocionado por el acontecimiento.

Ahora mantenía una distancia considerable del agua, entretanto, aceleró el ritmo de vuelo, quería llegar lo antes posible. En su travesía, pudo percatarse de varios barcos navegando en la misma dirección a la suya, no sentía vergüenza alguna, es más, lo consideraba algo intranscendente; bajó a saludar a los navegantes de los barcos, suponiendo que estos reconocerían quien podría ser ese hombre, pues portaba la vestimenta de un General. Continuó su viaje en solitario, adelantando a las embarcaciones.

El cambio de temperatura fue abismal, el rubio notaba como los pequeños pelos plateados de la piel se le erizaban al momento, tanto tiempo sin estar en Tempus le habían desacostumbrado a los grados del esos lares. Por suerte, su vestimenta era recomendable para estar allí, podría fácilmente soportar el frio de la zona. Llegó a las inmediaciones de Tempus, esperaba ante todo no ser el último, pues lo odiaba, actuar con rapidez era una de las cualidades que poseía, otra de las razones por lo que no utilizó un navío para transportarse. Una vez entró en el reino, redujo la velocidad para poder contemplarlo todo con facilidad desde las alturas.


A lo lejos podía divisar el valle y a su gente, los cuales, ya se pusieron manos a la obra, pudo percatarse de la Vicealmirante Jaina y de la Capitana A de la División de Tronus, la reconoció bien, pues tenía la manía de informarse de los nuevos soldados que se integraban en el ejército. Decidido, aceleró un poco el vuelo para pasar justo por encima de la caballería de la Vicealmirante y, por tanto, saludar de manera militar junto a una sonrisa, a ambas chicas; justo después, entró directo al valle. Paró en seco su aleteo, posicionado aún en el aire, contemplando todo el destrozo con los brazos cruzados, todos los heridos, todos los aliados… era triste, ver como un hermoso y pacífico lugar fue reducido casi en ruinas, era muy deplorable – Manos a la obra – Se dejó caer en picado en una zona donde no hubiera muchos heridos, ya que no quería molestar. Al más mínimo giro de cabeza ya pudo encontrar algunos pobres ciudadanos que se acurrucaban con una manta de seda roja – Pienso ayudar en todo lo que me sea posible… –